jueves, 28 de marzo de 2019

Tungsteno y Wolframio

Palabra: Tungsteno

Este relato se lo dedico a @videoborjius por darme esta palabra que pensaba que se me iba a atragantar, pero que al final me ha servido para escribir una bizarrada cuqui que ni tan mal

No había nadie más temido es toda la ciudad de Nueva Gópolis. El doctor Tungsteno era un genio científico que había decidido entregar por completo su increíble don a fines perversos. No tenía complejas motivaciones ni un pasado traumático, pero sus únicos intereses eran el mal y la dominación de los débiles. Por suerte para los ciudadanos de Nueva Gópolis, la ciudad estaba protegida. Una infinidad de superhéroes, siempre dispuestos a enfrentar los malvados planes de Tungsteno.

Era por ello que el pobre Tungsteno casi nunca lograba robar ningún banco, ni secuestrar a ningún presidente, ni asesinar al compañero infantil de alguno de los adultos con mallas que volaban por la ciudad. Y cuando lo lograba siempre había un terrible giro argumental o un reinicio editorial que resolvía el entuerto sin demasiada dificultad. Eso siempre mantenía a Tungsteno en un estado continuo de frustración e ira, que, sumado al constante dolor de los implantes metálicos de sus extremidades, solo conseguía darle más ganas de crear otro arma gigante o comprar una bomba sucia. Pero no iba a ser así nunca más.


Su experimento había funcionado. Lo tenía ahí delante, llegado de un universo paralelo, clavado a él. Un nuevo Tungsteno en la ciudad. Salvo porque no era Tungsteno y no se parecía en nada a él. Afirmaba llamarse Wolframio y portaba un parche en el ojo y una perilla alrededor de la boca. Tenía una mano robótica y una armadura supertecnológica. Y pese a todo, en su mirada, la de su único ojo, Tungsteno pudo verse completamente reflejado. Una persona frustrada, acabada, solitaria. Supo que juntos, sus planes prosperarían y por fin tendrían éxito.


No fue en absoluto así. El trabajo en equipo de Tungsteno y Wolframio resultó novedoso y refrescante al principio, incluso pusieron en un brete a varios superhéroes en su primera aparición. Sin embargo, no tardaron en volver al rutinario panteón de supervillanos genéricos de Nueva Gópolis.


Juntos, se enfrentaban a una derrota tras otra, si cabe, aún más frecuentemente que antes de aliarse. Al principio eso estuvo a punto de romper por completo su contrato de trabajo en equipo, pero no tardaron en darse cuenta de algo. Pese a que perdían y perdían, la frustración casi había desaparecido. Al contrario, fracasar más que nunca les estaba llevando a sentirse mejor que nunca. Cuando trabajaba en una nueva arma láser con Tungsteno, Wolframio se sentía plenamente satisfecho, mientras que a Tungsteno le bastaba solo con mirar a Wolframio mientras trabajaban para dejar de sentirse vacío.


A veces, programando un virus informático, o diseñando algún mecha copilotado, sus manos se rozaban, y las separaban rápidamente. Wolframio miraba para otro lado y Tungsteno se sonrojaba. Los roces no tardaron en convertirse en dedos que se entrelazaban mientras un potente ácido deshacía el techo de una comisaría, y más tarde en besos furtivos sobre la cubierta de su zeppelin, mientras huían con el botín hacia el amanecer.


Tungsteno se sentía muy extraño. Se estaba enamorando loca e irremediablemente de Wolframio, y se temía que ese amor era correspondido. Eran la misma persona, tenían el mismo ADN, los mismos padres y la misma concepción perversa de la moralidad. ¿Acaso era eso incesto? ¿Onanismo? Lo cierto era que no le importaba en absoluto. Juntos se pasaban el día ideando planes malvado, creando copias robóticas de ellos mismos y haciendo el amor. Y así llegó la primera vez en que el doctor Tungsteno se sintió bien y completo.


Sin embargo, fue unos días más tarde cuando se dio cuenta. Wolframio estaba colgando de un edificio, en una cuerda pendulante. El estúpido del Sargento Enmascarado había frustrado sus planes y huía con su botín. Pero antes de que pudiera hacerlo, Tungsteno se lanzó a rescatar a su amado y juntos, antes de que pudiera escapar y llamar a la policía, dispararon al Sargento con su cañón polarizador y le hicieron estallar en mil pedazos. Y sin embargo, para Tungsteno, la sensación de haber ganado no era siquiera comparable con la de haber salvado de la muerte a Wolframio.


Por supuesto, mientras se besuqueaban en una azotea les encontró la policía y fueron detenidos. El Sargento Enmascarado, por su parte, se recompuso algunos días después. Cosas de superhéroes. Sin embargo a Tungsteno ya no le importaba. Seguiría haciendo el mal, por supuesto, y cada día se le daría mejor; pero lo cierto era se había dado cuenta de que nunca había tenido la necesidad de ganar, ni la de tener un compañero con el que alzarse victorioso. Porque lo importante, siempre, es tener a alguien junto al que poder fracasar.

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