miércoles, 29 de junio de 2022

Hipótesis alternativa

Por fin, con un poco de retraso, llega este relato que le dedico a Mecha, que me dio la palabra globo. Me he saltado a la torera mis propios límites de caracteres, pero me parece una bonita historia.


    Cuando al fin recibí la financiación que necesitaba para mi proyecto científico me sentí verdaderamente entusiasmado. No porque finalmente alguien entendiera el potencial y la grandeza de mis investigaciones (cosa que era cuestión de tiempo), ni tampoco por saber que mi nombre, Warwick Woodstock,  iba a aparecer en los libros de historia (cosa que era cuestión de lógica), ni, desde luego, no por recibir los halagos de ese atajo de falsos e hipócritas que tenía por colegas (cosa que era de sentido común). No, lo que me llenó de júbilo en aquella ocasión fue saber que, de una vez por todas, iba a poder decirle adiós a todos y cada uno de los seres que me rodeaban en aquel ridículo planeta.


    Ahora, sin embargo, atrapado en este agujero inmundo, no puedo evitar pensar que igual estaba algo equivocado.


    No sé qué pudo salir mal. El diseño de la Burbuja (mi diseño, claro) era perfecto. Gracias a un organizador molecular, era capaz de estirar un simple vaso de agua hasta convertirlo en una amplia burbuja rellena de aire, que potenciaba la tensión superficial del fluido hasta hacerlo altamente estable. Al ser una capa de tamaño molecular, podía verse afectada incluso por los fotones del espectro electromagnético, que la empujaban por el espacio como los vientos del mar empujan la vela de un barco. Simplemente majestuoso y fácilmente reparable (o eso pensaba yo) solo se necesitaba un vaso de agua. Con eso y la ayuda de un pequeño timón, la última frontera estaba lista para ser explorada. Y yo fuí el pionero.


    Yo y este maldito perro. Hubiera suplicado, me hubiera puesto de rodillas si hubiera sabido que iba a servir de algo, con tal de ir solo. Hubiera llegado mucho más allá con tal de evitar que, además, mi acompañante fuera una criatura maloliente, sucia y babeante. Pero no había tal opción. Era un ultimátum por parte de los financiadores. O viajaba con el perro o no lo hacía. ¿Los motivos? No querían que me expusiera yo mismo a los diferentes ambientes como sujeto de pruebas. Era muy peligroso decían. Paparruchadas. Lo peligroso era escucharlos a ellos.


    Los objetivos de mi investigación eran múltiples. ¿Las hipótesis? Casi infinitas. Pero las pautas eran claras. Comprobar si la Burbuja era un vehículo adecuado para surcar el espacio, y enviar datos sobre espacios habitables por el ser humano (y para el perro) en la zona de reconocimiento.


    Aunque al principio traté de llevar las cuentas, es difícil saber cuánto tiempo, en términos terrestres, pasó desde mi despegue hasta que sucedió el accidente.


    Había bajado al perro a una incursión en un planetoide más bien rocoso para comprobar su habitabilidad. Había claros signos de aguas subterráneas, aunque no se observaban a plena vista. Había que hacer más investigaciones. ¿El único riesgo? Una cadena de asteroides que rodeaban su atmósfera regularmente, como una cadena de pequeños satélites. Pasaban una vez cada ciclo, no deberían haberme causado ningún problema. De no haber sido por ese maldito chucho.


    Simplemente dejó de ladrar, de moverse y de ser detectado por mis sensores. Descendí un poco para ver si volvía a captarlo, le esperé demasiado tiempo, unos asteroides pasaron y el resto ya es historia.


    Ahora tengo una Burbuja destrozada, varios huesos fracturados y un perro idiota. Por supuesto que cuando yo caí en el pozo el animal seguía bien, ¡se había dormido el muy patán!


    Aquí abajo apenas hay espacio para explorar, solo rocas oscuras y afiladas, y un túnel de luz riéndose de mí desde el techo. Soy incapaz de alcanzarlo, y aunque lo hiciera seguiría atrapado en esta roca, pues no hay cerca ningún rastro de agua.


    No serviría la orina ni otros fluidos, para que el organizador molecular funcione y reconstruir la Burbuja el agua debe ser lo más pura posible. Y encima tengo sed. Y hambre. Cada vez más hambre.


    Me ruge el estómago, no puedo pensar en otra cosa. Podría comerme a ese perro pero, ¿luego qué? No va a venir ningún rescate, nadie sabe que estoy aquí atrapado. Me he encargado a fondo yo mismo de que nadie lo sepa. Y aún así, tengo tanta hambre, y ese perro está tan gordo…


    Sin embargo, cuando intento echarle mano, el muy sagaz huye colándose por un estrecho agujero en la roca. Sus ladridos son el último eco que escucho en la distancia, y me quedo aquí, completamente solo y en silencio. Por fin.


    Demasiado silencio. Al principio disfruto de él, como nunca he podido hacerlo, pero mis sentidos no tardan en agudizarse. Y escucho el viento correr desde el túnel, y la arena caer y a alguna criatura husmeando en la oscuridad, y mi propia respiración y mis tripas rugiendo. Intento seguir el túnel por el que se ha ido el perro, pero es demasiado estrecho. Compruebo que hay más, todo un sistema de cavidades por las que de ninguna de las maneras puedo pasar. Pero si hay cavidades significa que en algún momento ha debido correr agua por ahí. Quizás de la lluvia o de alguna inundación. Puede que solo sea cuestión de paciencia.


    Pero no llueve. En todo el tiempo que llevo aquí no ha caído ni una triste gota de agua.


    Escucho algo tras de mí. Al principio me cuesta verlo, pero es el perro. Ha vuelto, más sucio que nunca. Pobre criatura, cuánto habrá vagado por esos túneles en vano. Antes de que me acerque, suelta algo de su boca y me ladra. Después, como ha llegado, vuelve a desaparecer.


    Al acercarme a comprobar qué es lo que ha dejado tras de sí, observo una criatura. Algún tipo de roedor muerto. ¿Me lo ha dejado para que me lo coma? Sea como sea no lo dudo y le hinco el diente. Está malísimo, casi me produce ganas de vomitar. Quizás la reacción estomacal termine de matarme, pero me da igual, tengo demasiada hambre.


    Cada ciertas horas el perro vuelve con otra criatura similar, me ladra y se vuelve a ir. Siempre me mira muy fijamente, como si me estudiara, ¿se está preocupando por mi? ¿O solo me está engordando para hincarme el diente más tarde? Sea como fuere, sin duda me ha salvado la vida, creo que no me lo comeré.


    Cuando me siento saciado, empiezo a dejarle parte de la comida que me ofrece. No sé si estará comiendo allá a donde vaya, pero creo que será bueno para mí tenerle bien alimentado. Cuando viene se lo ofrezco, desde mi mano. Me mira con recelo, pero cuando apoyo el cadáver del roedor en el suelo parece ganar la confianza suficiente como para acercarse.


    La noche aquí es fría y húmeda, pese a que este planetoide no me esté ofreciendo nada de agua. Llevaba algunas mantas en la Burbuja, pero no son suficientes para quitarme está sensación helada. Aún así, consigo dormirme. A la mañana, cuando despierto, hay rastros de que el perro se ha acostado por aquí, quizás en busca de calor.


    Otro día sin lluvia. Aunque sin duda mi nueva fuente de alimentación es rica en agua, voy notando el efecto de la sed. Pero todo se me olvida cuando escucho los pasos del perro de vuelta, aunque no de la manera habitual. Corre y gime, y cuando aparece por el túnel no trae nada en la boca. Está ensangrentado, lleno de heridas, y tras él, un enorme y gordo roedor aparece por el túnel, con los dientes como hachas y las garras como cuchillas.


    No sé ni cómo llego hasta aquí, pero me planto frente a esa criatura gritando y agitando parte del mecanismo de la Burbuja ante aquella criatura, probablemente madre o reina del resto de roedores con los que nos hemos estado alimentando. La criatura me ruge. Si quisiera, podría degollarme aquí mismo. Pero entre mis gritos y los ladridos del perro parece que la intimidamos. Cuando regresa por el túnel por el que ha aparecido, las piernas dejan de responderme y caigo al suelo.


    Pero el perro está gimiendo. Como un ladrido agudo, quejicoso, casi un llanto. Tengo que ver lo que le pasa, pero aún no quiere acercarse a mí. Así que me siento y le tiendo mi mano. Y espero.


    Poco a poco, parece que el animal se tranquiliza y se va arrastrando hasta mí. Quizás en busca de calor. Está lleno de cortes, algunos de ellos bastante profundos. Afortunadamente hay un botiquín en la Burbuja. Tendré que gastar todo su contenido, pero creo que servirá.


    Las curas son largas, y el perro lloriquea se retuerce, incluso hace ademán de morderme; pero lo cierto es que yo me he dado cuenta de tres cosas. La primera es que su contacto me reconforta, me da calor. La segunda es que no había estado más asustado en todo el viaje que cuando lo he visto huir de esa criatura. Y la última es que su pelaje no está sucio, está empapado.


    Pasamos la noche pegados el uno al otro, envueltos en las mantas de la Burbuja. Pero lo cierto es que yo no duermo. Solo pienso en el día de mañana. El día en que este perro y yo vamos a salir de este hoyo.


    Cuando sale el sol, el animal parece completamente recuperado. No lo está, pero actúa como si sí. Y mejor así, hoy tiene una misión muy importante. Me asusta un poco volver a mandarle a esos túneles, pero tiene que hacerlo. Por mí, pero también por él. Es la única opción. Intento explicarle que tiene que ir y volver rápidamente pero obviamente no me entiende.


    El plan es sencillo, le he improvisado un arnés con las mantas y a él he enganchado el vaso que utiliza el organizador molecular. Se que allá a donde va hay agua, y bastante como para empaparle. Casi diría que tiene que nadar. Y si hay tanta agua, el vaso podrá llenarse.


    Cuando desaparece por el túnel, tengo el corazón en un puño. Pienso en todos los peligros que le aguardarán, y en que si le sucede algo habrá sido culpa mía. Y pienso en que debería haberle puesto un nombre. 


    Los minutos se vuelven interminables, e incluso se convierten en horas. No es más tiempo que el que normalmente tarda en volver, pero esta vez a mi se me hace eterno. Y sin embargo, cuando al fin escucho sus pasos volviéndose a acercar, mi corazón da un vuelco como hacía años que no lo hacía, ni tan siquiera cuando recibí esa ridícula financiación.


    Vuelve empapado y con el vaso casi lleno. Debería servir. Tras hacerle una caricia entre las orejas como a él le gusta, corro hasta el organizador molecular solo para darme cuenta de algo: hay una pequeña grieta en el mecanismo. He estado  tan centrado en encontrar agua, que ni siquiera me he parado a ver si la máquina estaría bien. Espero que funcione de todas formas.


    Coloco el vaso en el lugar adecuado y activo el organizador. Casi me echo a llorar cuando lo veo girar, ¡parece que funciona! No, espera. Algo va mal. La Burbuja se está formando, pero parece que el organizador desperdicia parte del agua al hacerla pasar por la zona agrietada. No está creciendo todo lo que debería. ¡Maldita sea! 


    Según observo a la máquina funciona, voy llegando a una terrible conclusión. En la nueva Burbuja solo cabe un pasajero. Podría volver a intentarlo, pero tendría que romper esta Burbuja y probablemente el resultado fuera igual o peor. No hay nada que hacer, solo uno de nosotros dos saldrá de aquí. Y, desgraciadamente lo tengo muy claro.


    No se cuándo he llegado a esta conclusión. En realidad es una evaluación lógica. Uno de nosotros dos tiene el potencial de hacer del Universo un lugar mucho mejor, un lugar más hermoso, más amable. 


    Me arrodillo frente a mi perro y le acaricio la cabeza por última vez. Él me da un lametón en la cara y me la llena de babas. No puedo evitar reírme en voz alta, entre lágrimas. Le cojo en brazos y le introduzco en la Burbuja, que al notar que tiene pasajeros empieza a elevarse hacia el túnel de luz.


    Me ladra desde las alturas, está un poco nervioso. El piloto automático debería llevarle a algún lugar seguro, si no activa ningún protocolo por accidente. Y según se eleva, observo a mi alrededor y me doy cuenta de algo: la luz se refleja sobre las rocas negras mostrando un brillo resplandeciente, que se refracta a través de la Burbuja iluminando toda la cueva. No me había parado a observarla, pero sin duda es un lugar hermoso. Ojalá hubiera prestado más atención.


    Miro por última vez a mi perro, perdiéndose entre las nubes, y sonrío. No sé qué le deparará el futuro, ni sé si sobrevivirá al viaje, pero sin duda tendrá unas vistas preciosas.

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