jueves, 16 de enero de 2020

El fantasma de la ducha

Creo firme y rotundamente que hay un fantasma viviendo en mi ducha. No tengo dudas, pese a la insistencia de mi familia en que lo que yo entiendo que son lamentos y sollozos, no se trata más que del siniestro eco del agua caliente recorriendo su camino hasta el grifo. Están equivocados, claro. Y no es sólo que mi investigación sobre la casa en la que ahora vivimos me haya llevado a concluir que el anterior residente murió en extrañas circunstancias en su interior. Tampoco tiene que ver con el resto de fenómenos paranormales que he registrado durante los meses que llevamos viviendo aquí, tales como desplazamientos insólitos, caídas inverosímiles y cierres de puertas sonoros. No, la razón inequívoca de la presencia de tal espectro en mi baño soy yo. No tengo dudas de su presencia en mi hogar, en mi baño, porque cada vez que entro a ducharme y escucho su lamento recorrer el metal de las cañerías, todo mi cuerpo se torna en tristeza y empiezo a llorar sin consuelo.


No es pena ni empatía lo que siento cuando el agua cae sobre mí. Es como si otra persona estuviera utilizando mi cuerpo, mis ojos para derramar unas lágrimas que no son suyas, arrebatándome mi propio derecho a estar triste. En ocasiones, es tan fuerte la desdicha que me consume que pierdo incluso la fuerza de mis piernas y no puedo sino acurrucarme en el suelo, esperando a que acabe el episodio sobrenatural que me rodea.


Cuando estos episodios acontecen, mi cuerpo se ve vaciado de energía durante el resto del día, como si la sombra fantasmagórica de esa etérea criatura se quedara conmigo, torturándome, despojándome por completo de toda fuerza, hasta para levantarme de la cama. Hay ocasiones en las que permanezco inmóvil, casi inconsciente, durante horas. El tiempo se desdibuja como una acuarela derramada sobre un lienzo, deforme e incomprensible, y ni siquiera lo veo pasar. 


Todo se distorsiona cuando me encuentro bajo su influjo. Esta esencia inhumana me roba el tiempo y la identidad. Olvido en muchas ocasiones quiénes son los que me rodean e incluso quién soy yo. Olvido el hambre y la sed y simplemente permanezco, como un cuerpo sin alma, como si el monstruo arrastrara mi propia sustancia a su mundo sin forma para quedarse con mi carne.


Con el tiempo, y solo cuando la criatura lo decide, consigo recuperar mi cuerpo, mi vida, mi mundo. Y sigo adelante. Suelen ser periodos prolongados, de días e incluso semanas. Al principio camino con miedo, prevenido de lo que me pueda pasar. Alguna vez he tratado incluso de evitar ducharme, pero es inútil. Pese a que es ahí donde el fastasma suele poseerme, no duda en ir a buscarme a otro lugar de la casa si es necesario. 


En los ratos buenos he tratado de pensar en varias posibilidades con las que deshacerme de este espíritu invasor. Algunas de las más cinematográficas -exorcismos, protecciones de sal, enfrentamientos psíquicos- no han sido más que meras fantasías de poder, fútiles, sí, pero de gran valor para poder evadirme y soñar con ser libre en algún momento. Porque todas las demás han resultado en un fracaso absoluto. Por supuesto, en internet no existe información veraz, ni mucho menos útil, sobre espíritus ni el más allá. Apenas he podido encontrar investigación al respecto, y las que hay parecen ser poco más que un cúmulo interminable de ideas infundadas en las que, si intentas tirar del hilo y llegar al fondo de su construcción, te toparas una y otra vez con una serie de ideas básicas que no parecen surgir de ningún lado. Y ni siquiera haciendo un salto de fe, esa información parece haberme servido para nada en absoluto.


Es por ello que he intentado comunicarme con la criatura de otras maneras.La meditación y la introspección parecen acercarme a ella de maneras extrañas, como si cuando la busco en mi interior me rehuyera, pero siempre a una distancia prudencial, sin perderme de vista, sin dejar de tener el control. Siempre con una mano sobre mi hombro. Esto no ha servido para que establezcamos una comunicación de ningún tipo, pero me ha servido para aprender más sobre la esencia que gobierna mi vida.


No lleva aquí tanto tiempo como he creído todo este tiempo. Es un ente sin hogar, como una hormiga reina al principio de la primavera, ha decidido anidar en mi interior y alimentarse de mi alma. Está enquistado en mi interior y por mucho que me he abierto no he conseguido extraerlo. Nunca puedo luchar durante los episodios, pero cuando están empezando… Lo he intentado todo, hasta casi mi propia autodestrucción. No quiero morir. Pero no se si quiero vivir con eso dentro. Cada vez peso menos. No quiero alimentarlo con mi comida, no quiero hacerlo más grande en mi interior. No quiero que su esencia irregular, duende sin forma, infecte a los que me rodean. Cada vez les veo menos, cada vez reconozco peor sus caras. El espacio entre los episodios se reduce cada vez que suceden y el mundo cada vez existe un poco menos. Me voy acordando cada vez de menos, y a su vez, voy recordando más. Siento como este ser emponzoña mi mente y se adueña de mis recuerdos, hilándolos a su imagen, a su carencia de forma y control, a su color translúcido. No sé muy bien qué es real y qué no. Y la mayoría de veces ni siquiera me importa.


Me olvido de quién soy y solo floto entre una niebla sin mundo, un mar de pensamientos vacíos, arrebatados e inservibles, sin tiempo ni espacio, ni sentidos. Dejo de existir, dejo de ser y abandono mi forma en pos de una entidad que ni siquiera comprendo. No quiere usar mi cuerpo ni mi mente, no quiere nada. No quiere. No siente. No existe. No es nada, y quiere convertirme en nada. 


Estoy en la ducha. El agua cae sobre mi cabeza, recorre mis hombros, mi espalda. La criatura ya no necesita el agua para entrar dentro de mí, pero aún así la siento en todos los rincones de mi piel, deslizándose por mis poros hacia mi interior. Su lamento resuena en mi interior con tanta fuerza que me abre la boca y me obliga a liberarlo. El eco de las cañerías se parece más al agua recorriendo su interior esta vez. ¿O acaso esta es la primera vez? No recuerdo muy bien si he estado antes en esta ducha. No se si mis recuerdos son reales o han sido creados por esa cosa que habita en mí. En las raíces que salen que atraviesan mi corazón y se nutren de mi sangre. No se si el agua está fría o caliente, no se de qué color son los azulejos que me rodean, ni si la ducha tiene mampara o cortina. Solo estoy yo, en el suelo de la ducha. No se si sigo en mi cuerpo o en el de otra persona. Huele a sangre y pis. Se que he llorado, que todo me duele. Pero hasta el dolor es mejor que no sentir nada.


Me arrastro hasta fuera de la ducha. Ni siquiera se por qué lo hago, como una marioneta que se ve abocada a actuar según los designios de unos hilos invisibles. Sé que hay gente fuera de la ducha. Me hablan, me tocan. Pero no los veo, ni los oigo, ni los siento. Son como fantasmas que habitan una dimensión distinta a la mía. Sombras de un mundo del que ya no formo parte. Todos salvo uno. Hay un cuerpo que reconozco con claridad. Y él también me reconoce a mí. Sé que le he odiado con todas mis fuerzas, que he deseado desde lo más profundo de mi ser su muerte, su destrucción y su inexistencia. Pero ya no siento nada de eso. En mi cabeza solo chocan débiles ecos de los sentimientos que una vez pude experimentar. Ya no hay sitio para ellos. Solo hay raíces.


Me mira y le miro. Me sujeta del pelo y me pone en pie. Mis piernas apenas me sostienen y mis ojos siguen sin ser capaces de verle. Pero mis manos si que funcionan. Se que he sujetado su cuello. Pero no se si lo estoy haciendo ahora o lo hice hace tiempo. Se que he dejado de odiarle, pero no recuerdo cuando. Porque ya no hay nada. Ya no veo a nadie. Ya no siento a nadie. Ya no me siento. Solo existe en el mundo un espejo, sucio y empañado. La puerta a un mundo sin forma y sin sentido. Un reflejo del mundo en el que una vez estuvo mi cuerpo. 


Hay agua cayendo y una forma que se tambalea frente al cristal. Una forma que me espera, paciente. Que lleva esperando desde que salí de la ducha. Si es que alguna vez lo hice.


Tengo fuerzas para algo más. Solo para algo más. Y ni siquiera lo pienso porque en mi cabeza ya no resuenan más que unas palabras que apenas comprendo, de una voz que jamás he escuchado; pero hago el mayor esfuerzo que he hecho nunca. Dirijo todas mis fuerzas, mis últimas ideas y pensamientos y llevo a cabo el acto más automático que puedo hacer: limpio el vapor que hay sobre el cristal.


Es solo un instante, la más mínima fracción de tiempo que se puede denominar como tal, la reducción mínima de toda idea de temporalidad se convierte para mí en una eternidad ante mis ojos, que me sujeta al mundo el tiempo para verlo. Para mirar lo que hay detrás del espejo, lo que hay detrás del deforme mundo de niebla en el que habito; para contemplar una última vez las formas que dan lugar a mi mundo de sombras. 


Y ahí, frente a mí, en el reflejo, veo por primera vez al verdadero fantasma.