viernes, 22 de febrero de 2019

El último día

Aquel iba a ser el último día de la historia de la Tierra. No había ninguna duda, todos estaban de acuerdo. Los científicos y los matemáticos habían hecho sus ecuaciones y sus cálculos. Los videntes y religiosos tuvieron las mismas visiones. Y todas las predicciones y todas las ecuaciones indican a un único e ineludible suceso. Era el fin del mundo.

Y, sin embargo, no era el fin de la humanidad.

Cuando el Astronauta recibió la última llamda, lo primero que hizo fue quedarse paralizado. Llevaba años solo, viviendo en la Luna, recibiendo solo un comunicado semanal. Pero, de pronto, por primera vez, se sintió solo. Nada más. No tenía miedo, sabía que el fin de la Tierra no le afectaría, al menos de manera inmediata. Su integridad no corría ningún peligro, ni nada iba a cambiar demasiado para él. Y aún así, sintió lo mismo que se siente al estar apunto de tener un accidente de tráfico o al tropezarse cruzando un puente. Una sensación en su estómago, que se extendía por todo su cuerpo, terrible e incontrolable.

Gracias a la fuerza de la costumbre, y con la naturalidad de un robot programado, logró ponerse a hacer sus tareas del día.

Primero pasó por su autohuerto y comprobó que todo estuviera bien. Recogió algo de comida sintética y expandió su cocina para hacerse el desayuno. Al principio le costó comer, esperaba que la comida le supiera mal, pero lo cierto es que tenía el mismo sabor que siempre.

Después se fue a hacer sus ejercicios físicos y cognitivos diarios. Sus expectativas de fracaso se vieron de nuevo superadas frente a una ejecución perfecta de los tiempos que se había propuesto para ese día. El poder de la rutina le empujaba con una fuerza que no hubiera imaginado que fuera posible tener durante el fin del mundo. Tanto era así que hasta Joseph y Nadia, las IAs de mantenimiento del habla, parecieron mucho más amables con él que de costumbre.

Siempre se sentía reconfortado después de hacer sus ejercicios, y aquel día no fue diferente. Fuerte, cargado de energía para llevar a cabo su trabajo durante lo que en la Tierra sería una mañana. Aún se gestionaba según un reloj de la Tierra.

Su trabajo allí consistía principalmente en asegurarse de que una pequeña población de bacterias que había cultivado en un cráter seguía viva y se reproducía de la manera adecuada. Si no lo hacía, debía averiguar por qué y tratar de solucionarlo antes de que la población se extinguiera. Llevaba meses así.

El objetivo de este trabajo era desarrollar la atmósfera y el suelo de la Luna, y hacerlo más explotable para una serie de multinacionales voraces que habían financiado ese proyecto con una millonada. Al principio solo iba a estar allí dos años. En ese momento estaba claro que sería algo más.

El Astronauta se puso su traje y se dirigió dando saltos hasta su cráter. Por el camino no pudo evitar preguntarse qué sentido tenía estar yendo hacía allí, si por mucho que se desarrollasen esas diminutas bacterias nunca habría nadie para recoger los frutos de su trabajo. Pero lo cierto es que le había cogido cariño a esas bacterias. Él mismo había desarrollado esa cepa en el laboratorio, las había liberado y las había cuidado. En cierto modo, no podía evitar sentir que eran algo parecido a hijas suyas, por extraño que le sonase esa idea.

Cuando empezó el estudio del día, no pudo evitar temer que, como una alegoría cínica sobre el destino de la Tierra, todas sus bacterias hubieran muerto por algún material patógeno o una mal conservación de la temperatura. De nuevo, todo se mantenía exactamente igual que el día anterior. La muestra que había recogido estaba viva casi en su totalidad, e incluso habían hecho a más avances de los que se esperaba en el cronograma. Hubiera sido una excelente noticia si hubiera sucedido el día anterior. En ese momento, al Astronauta le valía con que nada estuviera mal.

Después de volver a la base y comer hizo lo mismo que hacía todos los días: leer. Con el objetivo de maximizar su bienestar, una de las empresas había dotado el proyecto con una subvención desmedida, con el único objetivo de que lo gastaran en formas de ocio. El Astronauta decidió gastarlo casi todo en libros en formato digital y películas. Tenía tal cantidad que seguramente necesitaría toda su vida para acabarla. En ese momento le pareció una decisión excelente. No tanto la suscripción a Netflix.

Al principio le costó un poco concentrarse en la lectura, pero tardó mucho menos de lo que esperaba en estar completamente inmerso en aquellas líneas, de tal manera que no se dio cuenta de cómo había pasado el tiempo hasta que le sonó la alarma.

La alarma. La había programado después de colgar el teléfono esa mañana. No sabía exactamente por qué. Lo primero que había pensado al colgar había sido en suicidarse para morir junto a todos sus congéneres, temeroso de perder el sentido de la existencia una vez se quedara solo. Pero en ese momento ya no quería suicidarse. Algo había cambiado en él y no sabía exactamente el qué, pues realmente no había cambiado nada en absoluto.

Volvió a ponerse su traje espacial y saltó tranquilamente hasta un lugar en el que pudiera tener una buena vista. Se sentía triste. Se acordaba de su madre y de su hermana. Su novio, al que había dejado antes de empezar la misión, y sus compañeros de laboratorio. Todos estaban allí arriba. Desde allí todo parecía tranquilo, se preguntaba qué estarían haciendo. Supuso que el último día de la Tierra tenía que haber sido, al menos, un evento fraternal. Esperaba que todos estuvieran juntos, en los últimos momentos. Para abrazarse o para suicidarse, no importaba tanto. Pero juntos, apoyándose hasta el final. Nunca lo sabría, así que daba igual si esa imagen era cierta o no.

Desplegó una sábana sobre el suelo cuando encontró el lugar adecuado. Se sentía triste, pero tampoco sentía nada más. Todo estaba tan lejos, todo era tan frío que no podía sentirlo como si fuera real. Y es que realmente nada iba a cambiar. Así que simplemente se sentó sobre la sábana y miró el cielo para presenciar el último gran espectáculo del planeta Tierra.

martes, 5 de febrero de 2019

En un segundo


Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. En este mismo segundo alguien está bostezando porque se acaba de levantar y alguien lo está haciendo porque está apunto de acostarse. Alguien está desayunando, comiendo y cenando, merendando e incluso haciendo un brunch. Mientras lees esta frase una persona acaba de perder el bus, otra ha dejado a su hijo en el colegio y otra acaba de tener un accidente de tráfico. Un niño se cae y se rompe una pierna, una niña va al dentista, otra ha sacado un diez.


Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. Y mientras lo haces una pareja acaba de empezar a salir. Otra ya se está casando. Y otra ya ha pasado toda una vida junta. Una persona está teniendo sexo por primera vez, sin saber que para su pareja será la última. Un bebé nace y otro muere. Un adulto renace y otro muere.


Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. El mundo ya no es igual que antes de que lo hayas hecho. Alguien ha descubierto una nueva vacuna, y alguien ha decidido no ponerse una antigua. Un virus asola una región, un país decide el destino de otro y una decena de voluntarios ayudan en el rescate de unos niños. Una especie se extingue y un hielo termina de descongelarse.

Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. ¿Y acaso importa? Ahora mismo miles de planetas se salen de su órbita, unas estrellas se apagan y otras explotan, las galaxias no dejan de moverse y el Universo crece mientras una especie alienígena encoge. Los campos azules del planeta Maraban arden y en Colur un científico ha logrado generar individuos de su propia especie en un laboratorio, sin saber que estos nuevos entes acabarán rebelándose.

Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. Y una infinidad de posibilidades sucede simultáneamente. Un ser aprende a volar y un pez sale del agua. En algún lugar han prohibido andar con los pies y en otro todos se han olvidado de lo que son los pies. En un segundo pasa todo lo comprensible y lo incomprensible y mientras tanto, ¿tu qué?

Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. Y, sin quererlo, das lugar a una nueva realidad alternativa y paralela a otra en la que ya no parpadeaste, ni te latió el corazón, ni respiraste. Una en la que alguien cogió el bus, pero no consiguió llevar a su hijo al colegio. En la que alguien se salvó por los pelos de un accidente y en la que un niño iba de la mano de su padre cuando se tropezó. Una realidad en la que una pareja rompe, mientras que otra se divorcia; y en la que una persona visita a la que fue su pareja en el cementerio.

Y respiras. Te late el corazón. Parpadeas. Sabiendo que en cualquier momento podrías dejar de hacerlo, que ya lo has dejado de hacer una infinidad de veces. Respiras. Te late el corazón. Parpadeas. Y solo por hacerlo el mundo ya ha cambiado.