lunes, 20 de junio de 2022

Aquella dichosa máquina

Le dedico este relato al bueno de Hammer, que tiene el honor de revivir este blog después de dos años de inactividad con la palabra PRESTIDIGITACIÓN. Como verás en el relato, la he utilizado de forma muy flexible, pero debes saber que me ha inspirado una historia con la que estoy bastante contento.


TW: Suicidio


    Desde que descubrí aquella dichosa máquina he vivido una infinidad de vidas. La encontré en el vertedero en el que trabajaba, ni siquiera sé hace cuanto. Las primeras veces que la usé fui muy tímido. Aproveché su poder para cambiar pequeñas decisiones del día a día. No volvía muy atrás, pues todo mi cuerpo formaba parte de la regresión, y era muy engorroso tener que volver al futuro- mi presente- usando el camino largo.


    Salir cinco minutos antes de mi casa para no perder el bus. Pedir otro plato en un restaurante porque no me había gustado el primero. Apagar la calefacción que me había dejado todo el día encendida.


    Mi primer error fue dejar de usarla para esas rutinas y empezar a usarla con personas. Recuerdo bien la primera vez, pienso mucho en ella. Había discutido con un amigo e inmediatamente volví atrás para arreglar el problema antes de que sucediera. Ni siquiera lo pensé, me pareció un acto de lógica más con el que aprovechar ese poder con el que me había topado. Pero la sensación fue indescriptible. Alivio, victoria, éxito, como nunca los había sentido.


    Me di cuenta de que con pequeños cambios en mis palabras, en mi forma de hablar, y sabiendo cómo iban a reaccionar mis interlocutores, podía tener un éxito muchísimo mayor en mis relaciones sociales. Era fácil, como un enigma que podías resolver con ensayo y error. Alcanzar mis metas siempre resultaba estimulante. Tanto que ni siquiera pensé en sentirme mal cuando usé por primera vez la máquina para tener sexo.


    Sin saber cómo, había dejado de buscar las piezas adecuadas en cada conversación y había empezado a mentir sin remordimientos para alcanzar mis objetivos. Lo hacía sin parar. Si alguna mentira no colaba o me estallaba en la cara, simplemente regresaba y lo volvía a intentar.


    A estas alturas mis regresiones ya eran de semanas e incluso meses. En algunas ocasiones me arrepentía de todo y pasaba algún tiempo sin acudir a la máquina, y en otras me dejaba llevar por ella y regresaba hasta que se me olvidaba de cuándo y dónde estaba.  A veces cometía actos horribles, solo por ver qué sucedía, y luego volvía atrás, libre de consecuencias. 


    Me convertí en un ladrón, en un estafador, en un asesino, y no me importó porque sabía que a la mañana siguiente dejaría de serlo, que todo el Universo perdonaría mis pecados y que haría como si no hubieran sido cometidos.


    Y entonces apareció Ella. No recuerdo si fue en un robo o en una conversación porque todo el tiempo se paró. No me hizo falta regresar ni probar porque mis palabras eran justa y exactamente las que ella quería escuchar. No hicieron falta mentiras ni engaños, porque todo era perfecto tal y como estaba. En seguida nos amamos, mucho y muy fuerte. Un amor limpio y sincero, como hacía eternidades que no había sentido. Un amor normal, natural y sencillo.


    Con mis pocos ahorros del vertedero y su trabajo de dependienta no tardamos en mudarnos juntos, pagando a duras penas el alquiler. Vivimos la vida al sí, con cariño, y el día a día no tardó en traernos un niño a la casa a cambiarnos la vida. Asumimos responsabilidades, crecimos, maduramos y yo me olvidé de esa dichosa máquina. Al menos por algún tiempo.


    Lo cierto es que algunos días cuando llegaba tarde y cansado de trabajar, y el niño salía nervioso de la guardería y Ella y yo discutíamos porque estaba de mal humor tras un mal día en la tienda, no podía evitar pensar en cómo habría sido mi vida si no la hubiera conocido.


    Al final el niño siempre se dormía y nosotros no reconciliábamos con un beso antes de acostarnos. Pero ese pensamiento permanecía ahí, en mi mente, martilleando.


    “¿Qué pasaría si pudiera volver atrás?” me solía preguntar.


    Salvo que yo sabía que en algún lugar había una máquina que podría darme las respuestas. Una máquina que aún guardaba una copia de seguridad del mundo en el que vivía tiempo atrás, de quién era, de quién hubiera podido ser.


    Juré que sería un regreso corto. Ver lo que me hubiera deparado aquel día sin Ella y volver. En cuanto lo hice me arrepentí. Bastó con un segundo para saber que había sido un error y volví a regresar, ese segundo atrás. Repliqué cada conversación y cada palabra, y lo seguí haciendo durante años hasta ir construyendo poco a poco la vida que teníamos. Lo conseguí. Salvo que ya nada era igual.


    Aquel amor que teníamos ya no era perfecto ni sincero ni simple. Había algo erróneo y sucio y artificial. Yo llegaba más cansado a casa y el niño salía más nervioso de la guardería y Ella estaba cada día de peor humor. Nuestras discusiones eran más fuertes y no siempre se solucionaban con un beso. Y el niño cada vez tardaba más en dormirse.


    Tenía que volver a intentarlo. Volver a regresar para recuperar aquello que tuve, lo verdadero y no esa copia en la que había caído. Pero cada vez que lo hacía, en vez de mejorar todo se estropeaba más.


    Intenté jugar con las palabras, las de verdad y las de mentira. Pero todo aquello con lo que siempre había podido burlar al Universo se volvía en mi contra, como si Ella pudiera ver a través de mí, de mi alma y de mis trucos.


    Lo probé todo, pero cuanto más probaba, más lo corrompía. Ya no nos amábamos, ni nos mudábamos, ni teníamos al niño. Algunas veces Ella me odiaba. Otras me odiaba yo mismo.


    Todo mi mundo era ella. Soy incapaz de recordar cuántas vidas pasé intentando recuperarla. En cierta ocasión retrocedí más que nunca, para volver a empezar, antes de descubrir la máquina, a cuando era un niño; pero tampoco sirvió. La máquina seguía en mi cabeza y solo de recordarla y saber que podría solucionar todos mis errores me consumía por dentro. Pasaron los años y llegué al vertedero. Allí estaba, esperándome. Nunca volví a encontrarme con Ella.


    Probé infinitas combinaciones, intentando imitar a la que me llevó con Ella; haciendo desaparecer los mundos que hiciera falta a mi antojo. Y cuando no lo conseguí, traté de quitarme la vida. Fue inútil. Esta dichosa máquina no me lo permitía. Siempre me llevaba de vuelta al vertedero, como si también tuviera una copia de seguridad de mi alma esperando a ser recuperada.


    Ahora estoy perdido en un laberinto de mundos sin escapatoria, ¿seré capaz de morir algún día? ¿O viviré eternamente en la espiral de las oportunidades perdidas? Me he deshecho de la máquina. Mi dichosa máquina. Me he esforzado para no tener ni idea de dónde está, porque si lo supiera sabe Dios que iría a buscarla. Solo espero que alguien la encuentre antes de mi muerte, que me libere de su maldición, como sospecho que yo mismo hice con su anterior propietario cuando la dejó en el vertedero. Y le deseo, con todas mis fuerzas, que sepa utilizarla mejor que yo.

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