lunes, 25 de marzo de 2019

La verdad

Palabra: dabuten

Le dedico este relato, con mi infinita admiración por la palabra que me propuso, a @mikulo23, una persona con un nombre tan bello como las palabras que va proponiendo, al parecer, por ahí.

Una vez, cuando viajé al siglo XXXII conocí a una mujer madura, de unos 176 años, que me resultó francamente fascinante. Su nombre era Laura Cruz y era arqueóloga. Por supuesto, con tal de no interferir en su trabajo, no se me ocurrió confesarle mi condición de viajero en el tiempo. Sin embargo, me mostré alegremente dispuesto a escuchar la historia que tenía que contarme.


El oficio de la arqueología en el futuro apenas se parece a lo que conocemos en nuestros días. Desde que los humanos tuvieron que huir de la Tierra por un inminente cataclismo ecológico, la búsqueda de resquicios del pasado cambió radicalmente, por supuesto. Las incursiones a la Tierra requieren de casi un centenar de permisos y los costes de investigación son francamente inasumibles por casi ningún planeta-estado. Y aún así, Laura y su equipo consiguieron la financiación necesaria para la incursión.


¿Y cómo lo hizo? Pues con la promesa, bastante parcial, de encontrar un tesoro tal como nadie jamás hubiera imaginado. Llevaba años investigando el siglo XX, concretamente los documentos que se preservaron de lo que ahora conocemos como España, y encontró, en los correspondientes al tramo final del siglo, un hueco irresoluble que se presentaba ante ella como un acertijo incomprensible. Una palabra imposible que bien podía ser parte de un ritual ancestral, o indicar la adoración a una terrible deidad. Y entre esas posibilidades se encontraba la que vendió como más posible: la existencia de riquezas o poder ilimitados tras esa sencilla palabra. Me explicó que la pronunciación de esa palabra debía de pronunciarse /da-bu-ten/.


Tuve que contener mi absoluta extrañeza ante tal situación. Aquella mujer, mucho más anciana y sabia de lo que yo podré ser jamás, me había puesto en una extrañísima encrucijada en la que yo sabía que la investigación de toda su vida se basaba en una ridiculez sin sentido. En un error de traducción. Tenía que hacerle saber, de alguna manera, que el objetivo de la mayor investigación arqueológica financiada jamás era casi una broma pesada. Y no sabía cómo hacerlo.


Mientras mis dudas me consumían, ella prosiguió con su historia. El  por el espacio viaje fue tenso y emocionante, y la estancia en el planeta bastante poco apacible. El aire de la Tierra se volverá completamente irrespirable en el futuro, así que en todo momento será necesario llevar máscaras de autorrespiración para poder sobrevivir en su suelo. Y aún, así, cuando Laura me lo contaba, había un brillo en sus ojos como en pocos he visto.


La búsqueda fue larga, pero finalmente les llevó a lo que Laura identificó como una gran biblioteca audiovisual con simbolismos sagrados. Tal biblioteca que, a mi parecer, no debía ser más que un Media Mark. En su interior, la mujer se encontró con una infinidad de reproductores de comunicación primitivos que hacía mucho que habían perdido su funcionalidad. Por suerte, los arqueólogos del futuro tienen un sencillo cachivache al que llaman temporalizador, que sume los objetos que alumbran en una burbuja temporal que les permite investigar con más facilidad la función que cumplían en la época en la que fueron creados.


Lo cierto es que esos artefactos no debían funcionar tan bien en la práctica, porque Laura me reveló que apenas logró sacar información de ninguno de los reproductores, apenas unas imágenes sueltas que, por supuesto, no incluían la palabra dabuten. La mayoría de ellas mostraban tan solo escenas apacibles, de campos o animales extintos. Algunos de ellos, pocos, mostraban pequeños extractos de obras de ficción narrativas o comerciales. Pero hubo uno que lo cambió todo.


Cuando me lo contó estuve apunto de echarme llorar. En uno de esos reproductores lograron aislar una pequeña secuencia, de apenas dos segundos. En ella Laura observó a un hombre grande, rubio, pronunciar unas palabras que lo cambiarían todo. Y esas palabras, queridos amigos y compañeros, fueron unas palabras tan importantes para ella como terribles para mí, y para cualquiera de vosotros en mi lugar. Porque lo que decía ese hombre sin cesar eran las palabras “rakuten es dabuten”.


Exactamente cómo podéis leer. Me encontraba frente a esa mujer y sentía la necesidad de romper todas las reglas que existen sobre los viajes en el tiempo para explicarle que aquello que la obsesionaba no significaba nada, pero lo cierto era que no tenía ni la menor idea de cómo explicar tal cosa.


Ella, por su parte, también parecía estar apunto de llorar. Pero no era por tristeza. Para ella, esas palabras ridículas simbolizaban algo diametralmente opuesto a lo que a mí me podían hacer sentir. Para Laura Cruz, que rakuten fuera dabuten no era más que la prueba de todo aquello que quedaba aún por investigar. Si aún no había sido capaz de encontrar el significado de dabuten, ahora sabía que también existía rakuten. ¿Y qué sería? ¿Acaso una deidad dual y terrible que se enfrentaba con dabuten? ¿Una tribu ancestral? ¿Quizás una nueva palabra del ritual? Fuera como fuera, me explicó  que aquellas palabras le enseñaron una cosa importantísima: que ella no quería terminar de investigar, que quería seguir toda su vida enlazando un misterio tras otro, porque esa era la única forma en que de verdad le gustaba vivir.


Ante tal situación, no tuve por menos, por supuesto, que tragarme todas mis palabras. ¿Qué derecho tenía yo, solo por haber accedido a una máquina del tiempo, de irrumpir en su mundo de una manera tal que acabara con todo aquello que la hace soñar y vivir? ¿Qué derecho tenía a romper las expectativas de todo un planeta que soñaba con un pasado mucho más mágico e ingenuo que el que realmente estamos viviendo? Efectivamente, no tenía ninguna, así que me callé y seguí hablando tranquilamente con Laura.


En la actualidad somos buenos amigos. Ella investigación y yo, por supuesto, nunca le conté, ni le contaré la verdad. Porque algunas verdades no son tan importantes.

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