jueves, 28 de marzo de 2019

El mito de Armadillo

Palabra: armadillo

Esta historia se la dedico a @MiguelWrites, con mucha ilusión por ser el primero en proponerme un animalito bonito como palabra.

Mi queridísima abuela, que en paz descanse, provenía de un país diminuto en el centro de América Latina. Era una mujer educada en las tradiciones y la mitología de su tierra y, cuando era pequeño, solía contarme un cuento que me dejó una huella especial, por el tema que trata y por hablar de simpático animalillo al que siempre he tenido cariño. No se si podré contarla tan bien como mi abuela, pero voy a intentarlo.



Se trataba de una fábula sobre los dioses. Había un gran dios, al que llamaremos creador, que tenía dos hijas: Verde y Tierra. Verde era creación, vida y nacimiento. Tierra, por el contrario, era muerte, sequedad y putrefacción. Ambas vivían en un ciclo eterno, en el que Verde creaba a las plantas, los animales y las personas; y Tierra se dedicaba a arrebatarles la vida para que el mundo no se llenara.


Este ciclo era, según mi abuela, por completo inquebrantable. O lo era, hasta que Verde lo quebrantó. No me acuerdo muy bien. Pero sí que me acuerdo de que Verde decidió un día crear algo diferente. Era un ente nuevo, en el que se esforzó concienzudamente solo para dar lugar a un pequeño niño a su imagen y semejanza. A ese niño le puso el nombre de Armadillo.


Verde estaba muy orgullosa de su trabajo. Era un niño maravilloso, lleno de vida y energía. Era perfecto. Y por eso, se esforzaba en cuidarlo mucho más que a cualquier otra de sus creaciones. Por supuesto, Tierra no tardó en interesarse por él. Sentía envidia por la capacidad de Verde de crear un ser semejante y se moría por arrebatárselo.


Las intenciones de Tierra eran bien conocidas por Verde, así que esta se dedica a proteger sin descanso a su hijo, día y noche. Pero Armadillo, por su parte, era un niño muy travieso, que se moría por salir a explorar, y siempre encontraba maneras de escapar de Verde. La diosa, por su parte, siempre terminaba atrapándole. Sus formas de huir se iban volviendo cada vez más complejas, pero Verde era siempre más lista, más rápida y más poderosa. SIempre estaba antes, siempre un paso por delante.


Cuanto más se esforzaba Verde, más ganas tenía Armadillo de huir, más atrapado se sentía, como si viviera en una enorme jaula, y no entendía por qué. Solo se sentía triste y solo. Estaban tan frustrado que un día, en uno de sus intentos de huída, se hartó y gritó a su madre. Tuvieron una discusión muy fuerte y Verde acabó llorando. Mi abuela, a modo de aclaración, siempre me contaba que Verde sólo había llorado dos veces. En la primera creó los mares, y en esta su llanto se convirtió en todos los ríos del mundo.


Armadillo, por su parte, aprovechó este momento para darse a la fuga. Cuando su madre quiso buscarlo, comprobó que había desaparecido. Recorrió el mundo entero, rincón a rincón y no apareció. También recorrió el cielo y los mares y siguió sin encontrarlo. Y cuando volvió al hogar, desesperanzada, allí estaba Tierra, con una sonrisa en la cara y el cuerpo de Armadillo entre sus manos. Había estado vigilando durante siglos, atenta, esperando el menor descuido. Y en cuanto lo hubo, lo aprovechó bien.


En cuanto Verde vio el cuerpo de Armadillo, su poder desapareció y su energía se apagó. La diosa se tumbó en el suelo, aún con su hijo en brazos. Desolada, Verde no se movió en cientos de años. Y en ese tiempo el mundo se fue apagando. Primero Tierra consumió a los animales, después a las plantas. Y finalmente, empezó a consumirse a sí misma. Sin vida en la Tierra, con el mundo convertido en un yermo, Tierra tampoco tenía manera de sobrevivir. Y aún así, no se arrepintió de haber matado a Armadillo.


Sin embargo, el Gran Creador pareció apiadarse de la tristeza de Verde y, en un acto de compasión, devolvió la vida a Armadillo. Y cuando Verde sintió a su hijo moverse entre sus brazos, volvió a levantarse y bailó durante cientos de años. Su baile recompuso el mundo de vida, de árboles y de animales con los que Tierra podía alimentarse, y cuando había recorrido el mundo, volvió a ver a Armadillo.


El niño estaba confuso y perdido, no sabía lo que había sucedido. Pero Verde sí que lo sabía. Así que, abrazándole con cariño le susurró al oído que desde ese día podía salir a donde quisiera y ella no se interpondría. Y antes de soltarle, recubrió su cuerpo con una armadura de hueso inquebrantable que recorría su cuerpo, para que él mismo pudiera defenderse de los peligros del mundo al que estaba a punto de salir.


Por supuesto, según la leyenda, los armadillos son los hijos y los nietos del hijo de Verde, que abandonó el hogar de los dioses y no volvió nunca más.


Aún no se que era exactamente lo que tanto me fascinaba de esta historia cuando era niño, pero lo que sí que recuerdo bien es que mi abuela me la contaba siempre que estaba mi madre delante, porque, como repetía mi abuela, lo importante de estas historias no es lo que cuentan, sino a quién se las cuentas.

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