Por fin, con un poco de retraso, llega este relato que le dedico a Mecha, que me dio la palabra globo. Me he saltado a la torera mis propios límites de caracteres, pero me parece una bonita historia.
Cuando al fin recibí la financiación que necesitaba para mi proyecto científico me sentí verdaderamente entusiasmado. No porque finalmente alguien entendiera el potencial y la grandeza de mis investigaciones (cosa que era cuestión de tiempo), ni tampoco por saber que mi nombre, Warwick Woodstock, iba a aparecer en los libros de historia (cosa que era cuestión de lógica), ni, desde luego, no por recibir los halagos de ese atajo de falsos e hipócritas que tenía por colegas (cosa que era de sentido común). No, lo que me llenó de júbilo en aquella ocasión fue saber que, de una vez por todas, iba a poder decirle adiós a todos y cada uno de los seres que me rodeaban en aquel ridículo planeta.
Ahora, sin embargo, atrapado en este agujero inmundo, no puedo evitar pensar que igual estaba algo equivocado.