sábado, 11 de abril de 2020

Cuentos de Cuarentena 1 - Autobús

  Hoy, como todos los días a las ocho, hemos salido toda mi familia al balcón a aplaudir. Es una sensación, la de todos los días a las ocho, extraña. Se suele escuchar a mucha gente aplaudir, gritar, silbar e incluso tocar una trompeta, pero nunca, jamás, veo a nadie desde mi balcón. Sus aplausos resuenan a mi alrededor como espíritus invisibles y nostálgicos que, tras su rutinaria fanfarria, regresan al mundo de los muertos y dejan de existir. Yo vuelvo a entrar en mi casa y ese leve contacto con mis vecinos se va difuminando poco a poco hasta desaparecer del espejo de mi mente como un vapor onírico. Todos los días a las ocho.

Pero hoy no, hoy ha sido algo distinto. Una ridiculez, en realidad. Mientras resonaban esos duendes invisibles al compás de nuestras manos pasaba un autobús por la calle y ha empezado a hacer sonar el claxon. Eso ha parecido alegrar al público que aplaudía por las ventanas, que han proseguido con más fuerza que nunca, quizá alentados por ese leve cambio en su rutina habitual. Pero lo cierto es que, pese a que para mí también ha sido un cambio agradable, tampoco he visto al conductor.

No he visto al conductor. Y lo más probable es que estuviera ahí dentro, en su cabina, conduciendo y pitando. Pero no le he visto. Ni la cara, ni los ojos, ni las manos. Solo un monstruo gigante y azul gritando desbocado a través de la calle, perdido, asustado por las palmadas y los silbidos, huyendo a esconderse.

Es posible que el conductor del bus haya desaparecido también, al igual que todos mis vecinos. Que solo sea un espectro más, armando escándalo a las ocho en el mundo de los vivo. Que recorra en su fortaleza móvil la ciudad, recogiendo a los pocos pasajeros que quedan ya en las calles para hacerles también desaparecer, para convertirles en un eco sordo en forma de aplausos que reverberan impotentes todos los días a las ocho.

Puede que el conductor muriera en un accidente, hace pocos días, durante la cuarentena. Puede que hubiera una discusión en el bus, entre dos pasajeros o puede que simplemente no hubiera dormido bien esa noche. Y puede que desde entonces vague sin descanso repitiendo eternamente la tarea que nunca pudo acabar.

También podría ser algo más maligno, más terrible. Un monstruo que nos arrastra con sus gritos, que nos arranca el alma y los pensamientos, que se lleva nuestros aplausos para alimentarse con ellos un poco más. Un demonio que adopta formas cotidianas para separarnos absorber nuestra normalidad y dejarnos cada día más vacíos. Que recorre las calles como un leviatán, libre ahora que nadie puede frenarle.

Pero lo cierto es que he pensado cosas peores. Desde que he vuelto a sentarme en mi habitación no estoy seguro ni siquiera de haber visto el autobús, de haberlo escuchado. No estoy seguro de haber visto nunca ningún autobús, ni a ninguno de sus conductores. No estoy seguro de que mis pensamientos ni mis recuerdos sean reales. Y tampoco se si puedo culpar a ese mal azul que ha invadido mi mente y no sale de ella; o se trata de algo anterior. Alguien podría haber estado jugando con mis recuerdos, con mis ideas desde hace mucho tiempo. Quizás solo creo que estoy encerrado en mi casa por una pandemia cuando la realidad es que formo parte de un experimento desde hace años. Quizás ni siquiera haga tantos años, quizás nací cuando empezó la pandemia. Quizás nací ayer. Quizás acabo de nacer.

No sé quién soy, ni quién fui. No se si muero a cada segundo para volver a nacer en el siguiente o realmente solo llevo vivo un instante. A veces no puedo pensar o puede que esta sea la primera vez que lo hago. Quizás aún tengo que practicar. Quizás deje de existir antes de poder hacerlo. Quizás vuelva a nacer y tenga que empezar desde el principio.

O quizás solo fuera un autobús, conducido por una persona. Puede que mis vecinos salgan todos los días a las ocho a aplaudir. Y podría llevar vivo mucho tiempo y aún así seguir naciendo a cada segundo.