domingo, 10 de mayo de 2020

Cuentos de Cuarentena 3 - Mi cita con un fantasma

Iré al grano: creo que estoy profunda y absolutamente enamorado del fantasma que habita mi casa. Escribo esto principalmente para ordenar mis ideas, porque nunca creí que pudiera estar sintiendo mariposas en el estómago y dando saltos de emoción en mi habitación por culpa de una entidad sobrenatural etérea. 


La historia es la de siempre. Chico se muda de piso. Espíritu errante habita ese piso y quiere echarle. Una aparición en el espejo, dos sustos con un perchero y un frío que te roba hasta lo más profundo del alma fue todo lo que hizo falta para que empezáramos a llevarnos bien. Suelo tener ese poder de caer bien a los demás, pero no estaba seguro de si funcionaría también con los no-muertos.


No fue un camino fácil, tuve que averiguar que en vida se llamaba Álex, que murió a los 26 años por accidente doméstico con el secador y que su familia se fue corriendo de la casa sin saber que su espíritu aún seguía vagando por allí. Pero cuanto más averiguaba sobre su vida, más cercanos nos íbamos sintiendo.


Al principio solo percibía su frío aliento de muerte en el sofá junto a mí, cuando veía una serie o una película, que me congelaba hasta el tuétano y me producía una profunda angustia. Después, empezamos a tener pequeños juegos en los que Álex me escondía cosas y yo tenía que buscarlas por la casa, e incluso ideé un sistema espiritual basado en la ouija para poder jugar juntos al ajedrez o al monopoly. Lo que peor llevo es que juega realmente bien, pero me ha estado haciendo mucha compañía durante esta cuarentena.


A veces, jugando a las cartas, noto su fría mano rozando la mía, y siento un escalofrío por todo mi cuerpo, posiblemente causado por la diferencia ectoplasmática, pero no por ello menos inquietante. En otras ocasiones me deja dibujos en el vaho del espejo cuando salgo de la ducha, o siento su glacial esencia mirándome mientras intento dormir. 


Sin embargo, es ahora cuando sé que estamos realmente unidos. Ayer-utilizando tres cuerdas, un vaso, un teclado y una antena de televisión-conseguimos tener algo parecido a una conversación. Álex me habló de su niñez y su adolescencia, y me habló, con toda la timidez que se le puede atribuir a un espíritu, de que en el mundo de los muertos el género ya no significaba nada, pero que cuando vivía era no binario y que prefería que me refiriera a elle sin marcadores de género.

Por supuesto que le dije que lo haría y que sentía si le había hecho sentir mal. Pero lo que me ha hecho darme cuenta de todo esto, de lo que siento realmente, no ha sido la sonrisa que se me quedó después de que habláramos, ni las ganas que tengo de volver a hacerlo, sino que llevo toda la mañana buscando información sobre las personas de género no binario para hacer sentir a Álex lo mejor posible.


Quiero sorprenderle, hacer algo especial por elle antes de decirle todo lo que siento, ¿pero cómo se sorprende a un espíritu? Afortunadamente suele aparecerse por la noche, así que tengo toda la mañana para averiguarlo. Y, por suerte, no tardo en hacerlo.


Voy a hacerlo bien, como se debe, cara a cara. Y para eso, necesito transportar todos los espejos de mi casa a una misma habitación. Dos de ellos los puedo descolgar fácilmente y arrastrarlos hasta el salón. Para llevar el tercero tengo que quitar la mampara de la ducha y para el cuarto arrastro un armario desproporcionadamente grande hasta el salón. También pongo un par de espejos pequeños cerrando el círculo. Acabo agotado y cuando ya es casi de noche, pero Álex lo merece. Llevo todo el día ensayando mentalmente lo que voy a decir cuando le vea, pero cuanto más se acerca el momento, me acuerdo de menos palabras, no se si voy a ser capaz de articular ni una, estoy muy nervioso.


Cuando por fin termina de anochecer me duele el estómago, me sudan las manos y me tiemblan los pies. Aún así, llevo a cabo mi ritual habitual para facilitar la presencia de Álex en el mundo terrenal, apagando las luces y encendiendo todos los aparatos eléctricos. Normalmente le sirven para catalizar mejor su presencia ectoplásmica. Después, me encierro en el círculo de espejos que he pasado todo el día haciendo y me siento ahí a esperar.


Pasan aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos hasta que el microondas empieza a funcionar sólo. Después lo hacen la caldera, el ordenador y finalmente es la televisión la que empieza a cambiarse a sí misma los canales. En algunas ocasiones, con mucho esfuerzo, Álex consigue decirme algo a través de los diálogos que hay en los diferentes canales, pero esta noche no es el caso.


En seguida noto como baja la temperatura de la habitación y cómo va subiendo la de mi cuerpo. Ya no solo me sudan las manos, sino también la frente y las piernas. Me late el corazón demasiado rápido, creo que me voy a desmayar. Y entonces le veo. Normalmente aparece solo en las esquinas de los espejos, cuando miras por el rabillo del ojo. Pero esta vez no. Su sombra, ese espíritu evanescente, se refleja en las esquinas de todos y cada uno de los espejos como el puzzle más precioso que he montado jamás. Nunca había podido verle tan bien. Se cuál era su aspecto por las fotos que había en Internet, pero ninguna hace honor a lo categóricamente preciose que le estoy viendo ahora.


Mientras siento su gélida esencia rodeándome, como en un abrazo inmortal, puedo ver su cuerpo a través de uno de los espejos. Es mucho más pequeño de lo que esperaba, tanto de estatura como de hombros; y casi como un acto reflejo extiendo mi mano a la altura a la que considero que debería ser la adecuada.


— ¡Hola! — empiezo a decir en voz alta, tartamudeando, mientras noto como el aire helado rodea poco a poco el lugar en el que he colocado mi mano— . Quería decirte una cosa, pero me apetecía poder mirarte a la cara primero.


Me cuesta un poco encontrarla en el laberinto de espejos pero, aún notando como el frío recorre lentamente el brazo que tengo alzado, encuentro primero su pelo castaño y rizado, rapado por los lados. Después, cuando sus brazos congelados ya abrazaban mi torso, alcanzo a ver sus orejas, pequeñas y un poco torcidas hacia delante; y su nariz ancha con el puente torcido


— Verás, es que este par de meses han sido— no puedo contener un jadeo nervioso cuando su aliento de hielo llega a mi espalda— ¡geniales! Y anoche, cuando estuvimos hablando yo…


Todo mi cuerpo está helado, pero aún sigo sudando. Es una sensación extraña, porque estoy temblando y siento como si decenas de diminutas cuchillas se clavaran en mi piel, como si mis órganos internos encogieran y a mis pulmones les costara coger aire. Pero a la vez estoy viendo la espalda de Álex en el espejo, abrazándome. Y más allá, también veo sus ojos negros que contrastan con su piel blanquecina y llena de manchas rojizas. Y el frío deja de ser doloroso y se convierte en algo nuevo. Mis pulmones se llenan de aire con más fuerza que nunca y mi piel se vigoriza como si acabara de salir de una piscina termal al hielo del polo Norte.


— Creo que me gustas…— consigo decir, finalmente— . No. No lo creo, lo sé. Se que me gustas y que te quiero, y que quiero pasar todo el tiempo que pueda contigo. Que quiero sentir esto hasta que me muera, o quizás después también. Te quiero. ¡Te quiero!


Por supuesto, no hay ninguna respuesta. No me hace falta, puedo sentirla. Puedo notar ese frío inhumano rodeando cada milímetro de mi cuerpo, como si estuviera flotando en una nube de energía que descarga su fuerza sobre mí. Sobre mi espalda, sobre mi pelo sobre mis labios… No se cuando ha pasado, pero he dejado de temblar.


Abrazo a Álex con todas mis fuerzas, aunque no pueda tocarle. Me esfuerzo en sentir su esencia, en respirar su aire helado, en mirar cada rincón de su cuerpo y de su piel. Siento como si estuviera debajo de una gigantesca cascada y su agua congelada me aplastara, como si estuviera amando a la fría Luna; y mucho peor, como si ella me estuviera correspondiendo. Y, durante una noche, ni siquiera eso importa. No sé cómo va acabar esto. Ni siquiera sé ahora si es filosóficamente posible que acabe. Tampoco es que pueda pensar mucho ahora. Solo puedo sentir y dejarme llevar bajo un alud de hielo etéreo que se esfuma antes de poder tocarme. Una estrella fría que me atrae con su gravedad y me congela en su interior durante toda la noche.


Me despierto a la mañana siguiente, en el salón, rodeado de espejos rotos y sin Álex. También siento otras cosas, pero entre todas ellas, la más fuerte es la vergüenza. Aún no me creo que anoche me atreviera a decir todo eso. Igual se me está yendo la cabeza con el confinamiento. Me siento un poco incómodo, como si me faltase algo por dentro. Quizás tener sexo con un fantasma te arrebata un poco de tu alma, o puede que solo le eche de menos. Pero sobre todo, por encima de todo eso, siento algo mucho más intenso, más fuerte y más desagradable. Tengo muchísimo calor. Puto calor.


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