viernes, 23 de noviembre de 2018

La chica del mar

Dibujo

David la había conocido en las fiestas de un pueblo costero de galicia. Era una chica extranjera, de Escocia o Irlanda o algo así, no había prestado mucha atención, pero tenía un acento muy sexy. Lo cierto es que no había muchas chicas en su pueblo, y menos así de guapas, tenía que aprovechar cada vez que salía de allí para buscarse un rollo con alguien que mereciera la pena.


Le gustaban muchas cosas de ella, su piel pálida y llena de pecas, sus ojos negros indescifrables, su sonrisa burlona y su melena pelirroja, enorme y rizada. Pero lo que más le gustaba era que se trataba de una chica de pocas palabras. Su silencio, casi sepulcral, la dotaba de un halo de misterio que David sentía que debía resolver.


También le gustaba que suplía claramente su silencio con actos. Antes de verla siquiera, aquella chica se había acercado a él para bailar, y antes de decirle su nombre ya se estaban enrollando en una calle discreta.


David le pidió, casi suplicante, varias veces que se fueran más lejos para estar más tranquilos, entendiendo claramente que estar más tranquilos significaba echar un polvo en la parte de atrás de su coche. Sin embargo, aquella chica solo quiso pasar la noche bailando y bebiendo hasta que saliera el sol. Y exactamente así es como lo hizo.


Cuando despuntaba ya el amanecer, y varios vecinos les habían gritado ya por molestar, aquella chica le dio la mano y le guió a través del pueblo, paseando tranquilamente hacia la playa. Era una playa de piedras, con varias zonas rocosas llenas de cangrejos y moluscos de todo tipo.


La joven le llevó tras una de las rocas y se sentó, apoyándose en ella, con los pies metidos en el agua. David se sentó a su lado. El suelo de piedras era incómodo, y la roca incluso más, pero no le importaba demasiado mientras esa joven le besaba y se sentaba sobre él.


Enseguida metió sus manos bajo su camiseta, recorriendo su espalda con los dedos, hasta que sujetó la tela y se la quitó de un tirón, dejando el torso de la joven al descubierto. A ella no pareció importarle y David aprovechó para fijarse en su cuerpo. Era realmente preciosa, cada centímetro de su piel, blanca y pecosa… excepto por una cosa, que David no tuvo por menos que señalar, casi horrorizado.


— Joder, ya podrías haberte depilado.


La joven le miró levantando una ceja, pero luego siguió besándole. Pero David ya no podía dejar de pensar en el pelo que había visto, cuando acariciaba su espalda no podía dejar de pensar en el pelo y casi podía sentirlo en sus dedos. O no, lo estaba sintiendo realmente, por toda su espalda, una gruesa capa de pelo que casi cubría su mano. Asustado, abrió los ojos y se encontró que, sobre él, la criatura que había ya no era en absoluto la chica que había conocido.


La piel de la joven estaba rota y plegada y de su interior había salido una criatura enorme y grisácea, con un hocico como el de una foca y unos largos bigotes.


— ¿Pero qué cojones? — fueron las últimas palabras que dijo David antes de ser arrastrado al mar de un fuerte tirón por esa criatura


Nadie volvió a ver a David, pero tampoco nadie le buscó. Y no solo porque nadie quisiera buscarle, sino porque en ese pueblo costero todos los habitantes conocían perfectamente a los selkies, su simpatía y sus ganas de divertirse. Y también las consecuencias de tratar mal a uno de ellos.

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