jueves, 1 de noviembre de 2018

Las ninfas

Dibujo

Tuve la suerte, hace años, de ser invitado a un evento irrepetible, gracias a mi faceta como entomólogo y mis años de investigación. Tras dedicar muchísimas horas a la observación, estudio y categorización de los hábitos y costumbres de todos los insectos del bosque de Tempaniebla, recibí la visita de unas criaturas que escapaban de las posibilidades a las que me limitaba mi imaginación.


Las ninfas, así me dijeron que los humanos las habían llamado, poco o nada tienen que ver con las múltiples representaciones que de ellas hemos hecho a lo largo de la historia. De hecho, si no fuera porque ellas mismas me confirmaron que pertenecían a una misma comunidad, ni toda mi experiencia como científico me hubiera llevado como una misma especie.


Son criaturas realmente excepcionales, de todos los colores y tamaños, con aspectos diversos y todos ellos hermosos. Cada una de ellas nace y vive con el sino fundamental de proteger el equilibrio del bosque. Algunas, las más altas y robustas, se encargan de que los árboles crezcan grandes y fuertes, y otras, que perfectamente me cabrían en la mano, se encargan de llenar de hojas cada rama.


Existen unas que caminan a cuatro patas y casi todo su cuerpo está cubierto de pelo, y son las encargadas de cuidar de los animales, darles cobijo cuando hay mal tiempo y llevarles hasta la comida cuando tienen hambre; mientras que otras, que viven en las ramas y nunca bajan de ahí, dedican su vida a enseñar a volar a los polluelos de los nidos y a darles el valor para saltar cuando llega el momento.


Cuando las ninfas se mostraron ante mí, lo hicieron con un interés muy concreto, fruto de los meses que habían dedicado a estudiarme mientras yo creía ser el científico. Buscaban información. Recientemente, una de sus compañeras había fallecido en el ejercicio de su deber. La última ninfa de los insectos. Y necesitaban mis conocimientos para dar vida a la siguiente de las ninfas.


Por supuesto que le presté mi ayuda y les otorgué todos mis bastos conocimientos. En ese momento no sabía muy bien qué iban a hacer con ellos, pero no tardé en descubrir que la magia de las ninfas actúa de una forma continua y natural, dando forma y respuesta a sus pensamientos de maneras a veces poco precisas.


Y así fue como llegó el día en que asistí al nacimiento de una ninfa. Los pensamientos de todas sus compañeras habían dado lugar a un capullo parecido al que hacen los gusanos de seda. Habían sido meses de estudio y enseñanzas que por fin darían lugar a una nueva y hermosa criatura.


No seré aventurado si digo que no era el único que estaba expectante. Nunca había visto a las ninfas tan calladas como aquel día. Nunca he llegado a saber si realmente viven con emoción ese momento de forma habitual, o sí estaban más nerviosas por haber creado por primera vez el fruto de los pensamientos de un humano.


Tuvimos que pasar varias horas mirando el capullo hasta que pasó algo. Una leve vibración, un sonido agudo y recurrente, golpeaba el capullo desde dentro. Algunas fibras que lo formaban empezaron a abultarse y a separarse en torno a un cuerpo oscuro que empujaba desde su interior. Y lo que salió de allí era la criatura más horrorosa que he visto jamás.


Debía ser del tamaño de una cabeza humana, con tres pares de patas peludas y dos pares de alas translúcidas en la espalda. Su cabeza era negra y estaba formada en gran medida por unos enormes ojos compuestos por centenares de ocelos rojizos y un corto probóscide que debía hacerle de boca. Y a su alrededor, una brillantísima melena rubia le colgaba desde la cabeza hasta por debajo de los pies.


Al principio, cuando la criatura miró a su alrededor, confusa, y dio sus primeros aleteos, debo confesar que estaba un poco asustado. ¿Y si mi mente, humanamente perversa, había creado una criatura terrible y maligna que ni las ninfas habían sido capaces de predecir?


Sin embargo, las ninfas, tras el primer vuelo de esa criatura, estallaron en una ovación y corrieron, saltaron y volaron a abrazarla. Y la criatura, contra todo mi pronóstico, recibió ese abrazo con una emoción y alegría que no estoy seguro de que fuese todavía capaz de comprender.


Con su magia, las ninfas le crearon un vestido y le llenaron el pelo de flores y la llevaron al centro del bosque para celebrar un gran festejo por la llegada de su nueva compañera. Una criatura rara e imperfecta pero, visto en perspectiva, muy parecida a todas las demás. Dedicaría su vida a cuidar de los insectos del bosque y a protegerlos de los peligros del exterior bajo el nombre por el que esa misma noche fue bautizada: Moscardia.


Nunca más volví a ver a las ninfas. Fueron amables conmigo, pero mi presencia no dejaba de resultar un peligro, así que a la mañana siguiente simplemente habían desaparecido. Yo sigo con mi trabajo, claro, pero ahora veo las cosas de otra manera. Observo, estudio y categorizo los insectos, como siempre he hecho. Pero ahora trato de usar esos conocimientos para cuidarlos y protegerlos. A los de este bosque y a los de todos los demás. Porque cuando por fin conoces a las ninfas, no puedes evitar convertirte en una de ellas.

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