viernes, 2 de noviembre de 2018

La joven Medusa

Dibujo

Al internado para jóvenes sobrenaturales de Atenas acudían adolescentes mitológicos de todo tipo. Había centauros y minotauros, quimeras, esfinges e incluso arpías. Sin embargo, pese a todo, resultamos no estar preparados para enfrentarnos a ciertas dificultades cuando la joven Medusa ingresó en la escuela para vivir entre nuestros
Para sus padres, Medusa resultó ser una adolescente bastante problemática y acababa de cumplir los 345 años, por lo que consideraron que sería apropiado enviarla a estudiar con nosotros, aunque ella no estuviera muy por la labor. Por mi parte, siempre la vi como una joven de lo más normal, con sus rabietas y sus crisis existenciales. Con la excepción, por supuesto, de su dificultad.

Medusa tenía la cabeza llena de serpientes, salvo un lateral que se empeñaba en llevar rapado, tenía los dientes como cuchillas y la piel verde por completo, nada fuera de lo normal. Sin embargo, a diferencia de sus compañeros, ella tenía que llevar siempre los ojos vendados. Veía perfectamente, pero le bastaba con mirar durante un segundo a cualquiera de sus compañeros para convertirlo en piedra para toda la eternidad.

Nuestras clases no estaban en absoluto adaptadas para enfrentarnos a ese tipo de problemas, así que pronto establecí una relación bastante estrecha con Medusa en la que yo le servía de apoyo, tanto para las clases como para el resto de su vida.

Por ello, no me extrañó nada cuando entró por enésima vez llorando en mi despacho, gritándome que quería irse a su casa y que el internado era una cárcel y que nadie entendía cómo se sentía. Tardé varios minutos en conseguir que dejara de llorar, y otros tantos en que me explicara lo que realmente le pasaba que, por supuesto, no tenía nada que ver con el internado, ni con sus padres.

Por supuesto, había empezado a salir con otra chica del internado y, sin yo entender realmente cómo, en dos días se había enamorado loca y perdidamente de ella. Me dijo que era la mujer de su vida y, por supuesto, no había nadie como ella. Claro que me dijo que yo no lo podía entender y me suplicó que las dejáramos salir del internado un día para poder tener una cita a solas.

Eso no era mi competencia en el colegio, sino del director. Medusa ya había hablado con él. Pese a que en otros casos es fácil dar permisos a los estudiantes, con cierto control, para salir por ahí, pero el caso de Medusa resultó ser diferente. La directora no estaba por la labor de dejar salir sola a una chica que era, a todos los efectos,ciega.

Medusa me lo pidió y me lo suplicó, me dijo que no se irían muy lejos, y que su novia cuidaría de ella. Lo cierto es que eso sí que lo entendí. No podía ser que una sola de nuestras alumnas tuviera menos derechos que las demás, teniendo en cuenta la enorme diversidad con la que siempre habíamos trabajado. 

Le di vueltas al asunto y al final di con una solución. Con un hechizo localizador, Medusa podría salir libremente, y podríamos encontrarla si se perdiera. A la directora le pareció bien y a Medusa también. Al principio.

Dos días después volvió a presentarse en mi despacho, llorando. Llevaba un vestido corto y se había maquillado. Ese era el día en que iba a salir con su novia. Y aún así estaba ahí, llorando llorando en su despacho. En cierto modo lo entendía. Esa chica era distinta las demás, tenía un problema y no habíamos sabido lidiar con él, pese a que era, claramente, su responsabilidad. Mientras esa chica estuviera allí no iba a poder ser feliz y era nuestra culpa. Qué desastre.

Sin embargo, cuando le pregunté por qué lloraba, no pude evitar echarme a reír. No podía ser. Tanto tiempo dándole vueltas a su problema, durante meses, sin darse cuenta de que esa chica era una niña, y sus necesidades eran realmente sencillas. Y que, sin saberlo, ella siempre había tenido la solución a su problema. Porque lo que hacía llorar a Medusa no era su ceguera, ni sus miedos, ni verse distinta a sus compañeros. Lo que hacía llorar a Medusa es que nadie le había puesto un espejo en su habitación.

Un espejo. Menuda tontería. Ni siquiera había pensado que pudiera mirarse al espejo, ni siquiera había pensado que no era ciega realmente. Le ofrecí usar el mío, claro, no quería ser yo quien estropease su cita. Lo cierto es que estaba realmente a favor de esa relación, las dos chicas me caían realmente bien.

Medusa tenía unos ojos realmente bonitos. Eran verdes, brillantes, con motas negras. Al principio noté que les afectaba la luz, pero en seguida reflejaron la luz y la vitalidad que reflejan los ojos de todos los adolescentes. Nunca creí que los fuera a ver. Casi fue decepcionante cuando se los volvió a tapar y se fue, a toda prisa, dejando caer un diminuto “gracias”.

Durante todos mis años como profesor he aprendido muchísimo de los alumnos, y con Medusa no era diferente. Me sentí casi cambiado. Hablé inmediatamente con la directora para explicarle mi plan con los espejos para mejorar la estancia de Medusa allí y quedó casi tan sorprendida como yo. Era una sorpresa extraña, casi obvia, como si la respuesta hubiera estado delante de nosotros todo el tiempo.

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