miércoles, 21 de noviembre de 2018

Hambre

Dibujo

Cuando Razban era pequeño, allá por el año 1466, su madre le dejó una cosa bien clara: para sobrevivir en el mundo, tendría que hacerlo a costa de los demás. Al principio no lo entendía, pero la experiencia le ofreció múltiples oportunidades de comprobarlo. Y cuando, tras una turbulenta caída a una cueva, acabó convirtiéndose en un vampiro, las palabras de su madre se presentaron más reales que nunca.


El hambre que le recorrió el cuerpo desde aquel día le llevó a alimentarse sin remordimientos de todo aquel que se cruzaba en su camino. La sangre humana le proporcionaba un placer, una energía y una vitalidad como nada se lo había proporcionado en la vida.


Al principio no era tan fuerte, pero según pasaban los años el hambre se fue haciendo cada vez más intensa hasta el punto de volverse completamente insoportable. Necesitaba alimentarse cada poco tiempo y durante algunos años fue sencillo. Salir por las noches, cazar algún incauto, o varios si había suerte; y alimentarse de su sangre durante las siguientes semanas, o días. Lo cierto es que con el tiempo la sangre apenas le saciaba durante un día.


No le importaba mucho tener que matar. Hacía ya 400 años desde la muerte de su madre, pero recordaba bien sus enseñanzas. Necesitaba que otros murieran para seguir adelante, no había más remedio. No se trataba de un acto de odio o de sadismo, sino de supervivencia. Había aprendido a matar y devorar a toda clase de personas, en todo tipo de situaciones. Su posición en la alta aristocracia europea le facilitó en gran medida llevar a cabo una infinidad de asesinatos casi diarios, hasta que todo se vino abajo.


Razban nunca supo si todo había empezado antes de conocer a Ivantie, pero desde luego que ese joven lo cambió todo. Debió ser por el año 1982 cuando, creyéndose afortunado, Razban se lo encontró en un callejón oscuro a altas horas de la noche. Sabía que esa clase de personas era la que a menudo nadie echaba de menos.


Se transformó en un pequeño murciélago y voló cerca de una farola, hasta encontrar una sombra con la que fundirse y deslizarse tras ese hombre desarrapado que se recostaba casi inerte sobre la pared del callejon.


Ivantie apenas se dió cuenta de que la oscuridad se solidificaba a su alrededor, mostrando a un hombre alto y pálido, con unas orejas puntiagudas y un traje completamente negro. Apenas se dio cuenta de cómo aquel vampiro se arrrodilló junto a él y le olió el cuello despacio, apunto de chuparle el cuello para, finalmente, clavar sus dientes en él. Eso sí que lo notó. Respondió con un grito, casi tan fuerte como el de Razban. Aquella sangre no era normal, estaba contaminada con algo que quemó el interior de Razban, centímetro a centímetro.


— ¿Qué cojones? — gritó Ivantie, a duras penas.
— ¿Qué le, ¡ah!, qué le pasa a tu sangre? — el veneno le producía un dolor indescriptible, como nunca había sentido.
— ¿Eh? ¿De qué estás hablando? ¿Qué le pasa?
— ¡Quema! ¡Me quema por dentro!
— ¡Que te jodan! No haberme mordido, tronco…
— La… la necesito. Necesito sangre, por favor. ¡Por favor! ¡Quema!
— ¿Pero qué cojones te pasa tío? ¿Qué eres, un vampiro o algo así?


Razban no dio otra respuesta que un gruñido, enseñando los dientes.


— ¡Joder, sí que eres un vampiro, me cago en Dios!


El vampiro cayó al suelo, incapaz de moverse por el dolor de la sangre, casi patético. Y así, en el suelo, casi llorando, Ivantie pudo centrarse lo suficiente para sentir pena por él.


— Oh, no puede ser— se dijo a sí mismo— , no se por qué cojones estoy apunto de hacer esto.


Pero lo cierto es que sí que lo sabía. En esa mirada, dolorida y desesperada, Ivantie no solo veía a Razban, también se veía a sí mismo. Muchas veces el espejo le había devuelto esa mirada desquiciada ante la posibilidad de no encontrar un chute de heroína. Sabía lo que ese vampiro sentía y no podía negarse a ayudarle. Y lo cierto es que también le parecía muy guapo, no podía negarse a ayudarle. Así que lo cargó sobre su hombro y lo arrastró hasta un par de calles más abajo. Una vez allí, atravesaron una verja y se colaron en un edificio vacío.


— Aguanta un poco, tronco, te voy a echar una mano— le dijo mientras le apoyaba delicadamente en el suelo y entraba en una habitación contigua— . Me cuelo aquí para buscar algo con lo que chutarme cuando no tengo mi mierda, pero recuerdo haber visto que a veces guardan sangre para transfusiones por aquí, espera un minuto. ¡Sí! Justo aquí.


Ivantie volvió corriendo, con un par de bolsas para sangre que ofreció a un debilísimo Razban. El vampiro tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando consiguió oler la sangre, engulló ambas bolsas con tanta ansia que por momentos aparecían rasgos de murciélago en su rostro.


Sintió la sangre recorriendo su cuerpo, eliminando el veneno y llenándole de energía. El dolor desapareció en pocos segundos y en su lugar aparecieron las fuerzas necesarias para levantarse, de un vuelo y plantarse frente a Ivantie, que le miraba con una sonrisa nerviosa. Olía su sangre, olía deliciosa. Podría devorarle en un segundo y luego purgarse con esas bolsas de sangre, como siempre había hecho. Ese joven le había ayudado y no entendía por qué, aún resonaban, tras tantos años, las palabras de su madre en su cabeza.


Pero había algo en la mirada de ese hombre, algo que, sin entender cómo, le recordaba a él mismo, a cada día sin sangre; pero también a cada una de sus víctimas. Le había mostrado una nueva forma de alimentarse, una forma diferente de sobrevivir que ni siquiera se había planteado. Una forma de sobrevivir que lo cambiaba todo.


Y esa sonrisa nerviosa era tan bonita…

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