martes, 19 de marzo de 2019

El helado del mundo

Palabra: helado

Muchísimas gracias a Amber (@frostybeach__) por proponerme hacer un relato con la palabra helado porque estoy fascinado con la historia que he creado a partir de ahí

Anastasia D. Bridge era heladera. Siempre, desde que era pequeña, había sido una apasionada del helado en todas sus formas y versiones. No era como el resto de niños, que simplemente disfrutan del sabor y la frescura de los helados. No, Anastasia sentía una atracción sin igual hacia esos dulces fríos que traía siempre la furgoneta.


Desde los ocho años ya empezó a experimentar en su casa con la fabricación de helados: primero con yogures y cucharas, después con frutas y más tarde con multitud de sabores y colorantes. Admiraba todos los helados. Los conos y su barquillo relleno de chocolate por la punta, las tarrinas y sus infinitas bolas de colores, el yogurt helado, los sorbetes, los granizados… pero sin duda, no prefería nada a la simpleza de los polos con un sencillo palo de madera. Era todo lo que necesitaba para ser feliz.


Por todo este cúmulo de placeres no fue para nadie extraño que ella se acabara haciendo con su propia furgoneta y fuera repartiendo helados por los pueblos del estado. Gracias al mimo y a la investigación que dedicaba a los helados, su marca se convirtió en un gran sello de calidad, y con el tiempo el negocio prosperó. A la furgoneta inicial se añadieron otras cuantas y, más tarde, algunas filiales físicas. Los helados Anastasia salieron del estado y recorrieron todo el país, y no tardaron mucho en extenderse al resto del mundo.


Por supuesto, la mujer ganó muchísimo dinero, pero los negocios le obligaron a alejarse de los helados y de su furgoneta y sumirse en un mundo de finanzas y acciones que de ninguna manera era para ella. Al dejar atrás su furgoneta, pese a la satisfacción de que sus helados se estuvieran probando en todo el mundo, Anastasia fue apagándose poco a poco hasta convertirse en una persona gris de traje y pelo cano.


Pocas veces tenía ya en esa época tiempo para desarrollar nuevos helados, pero cuando se le ocurría una fórmula, pasaba semanas encerrada hasta lograr el equilibrio perfecto. Esos momentos eran los únicos que la hacían sentir satisfecha. Pero con el tiempo, hasta eso se apagó. El negocio convertía los helados en rutina. Para ella, que siempre habían sido aventura y emoción, en ese momento se convertían en un paso burocrático más del terrible entramado capitalismo que la rodeaba. Hasta que un día se marchó.


Nadie supo a dónde había ido, no avisó a su hermana ni a sus compañeros de trabajo, no creía que tuvieran que saberlo. Pero estaba decidida, iba a crear su último helado, e iba a ser el mejor helado del mundo. Para ello, decidió marcharse al único lugar en el que podría aprender del hielo más que en ningún otro sitio: el Polo Norte.


Las primeras incursiones fueron poco satisfactorias. El hielo de ese lugar era resistente y fascinante, pero no le indicaba a Anastasia nada nuevo. Por ello, cada día se adentraba más y más en el desierto helado, acompañada únicamente de su tienda de campaña, su bloc de notas y sus palitos de madera.


Sin embargo, un día ocurrió lo peor. Tras una ruptura en el hielo y un derrumbamiento, Anastasia quedó atrapada en una sima helada, sin posibilidad de escapar. Tenía las piernas hundidas en el hielo, quizás rotas y, poco a poco, sentía como el frío la sacaba de su cuerpo. Lo cierto era que no estaba tan preocupada por su continuidad como por la inevitable verdad de que no había conseguido hacer aquel polo superior. Y entonces se dio cuenta de su error. Lo había tenido delante de sus ojos todo ese tiempo y no lo había visto. El mejor helado del mundo ya estaba hecho, solo faltaba la presentación. Así, con este pensamiento en la cabeza y su último aliento sacó uno de sus palos de madera y lo clavó en el suelo. Cuando Anastasia murió supo que por fin lo había logrado.


Lo que nunca llegó a saber es que, además de crear el mejor helado del mundo, su historia daría lugar a una revolución ecologista como jamás se había visto. Cuando la noticia salió a la luz, millonarios de todo el mundo quisieron probar el último gran experimento de la gran Anastasia, que su empresa no había dudado en monetizar, pero que se dieron de bruces con la terrible verdad que llevaba años tras ellos: el mejor helado del mundo se estaba derritiendo por el cambio climático.


No existe en el mundo energía más poderosa que la de un rico que quiere sentirse superior a los demás, así que, con el fin de preservar el mayor tiempo posible el helado de Anastasia, los criterios de producción del mundo entero sufrieron un cambio radical, las fábricas redujeron su emisiones gaseosas en porcentajes históricos, y los fabricantes buscaron modelos más ecológicos de producción, infinitamente menos contaminantes. Los estudiosos del tema calcularon que, con ese movimiento, el cambio climático se había demorado algunos cientos de años más.


Por estas razones, al Polo Norte se le cambió el nombre a Polo Norte, cambio que, por desgracia, no puede entenderse al traducirse al español, pero que sin duda su nuevo significado está referido al tipo de helado preferido de Anastasia, y todo el mundo se referiría a él desde ese momento como el helado del mundo.

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