lunes, 25 de marzo de 2019

El mercado de relatos

Palabra: Relato

El señor @PeterGR300025433 me propuso la palabra relato y me ha dado la oportunidad de escribir una historia muy meta y que me gusta un montón, así que se la dedico.

Mario Araya era la clase de hombre que le parecía guapísimo a tu abuela. Era alto, bien peinado, con buen porte y siempre perfectamente vestido y aseado. Era educado y amable, con una vida bastante acomodada gracias a su exitosa carrera como escritor. Había publicado decenas de novelas románticas de gran éxito entre adolescentes y jubilados, y una infinidad de antologías de historias cortas.

Sin embargo, hubo varias semanas semanas en las que su aspecto en absoluto podía asemejarse a lo aquí se acaba de describir. Durante ese tiempo, su vida se tornó en un cúmulo de desorden, barba mal recortada y un pijama que llevaba demasiado tiempo sin lavarse; todo por culpa de un relato. No se lo podía quitar de la cabeza, ni tampoco era capaz de plasmarlo en papel. Tras todo el tiempo que llevaba encerrado en su casa, tan solo había logrado crear a un personaje, introducirle y darle contexto.

Pero necesitaba algo más, un nudo, un conflicto en el que sumir a ese personaje para contar todo lo que tenía en la cabeza. Era completamente incapaz de hallarlo y eso le desesperaba. Y la única solución en la que era capaz de pensar era ridícula e imposible, pero acorde con su desesperación. La única solución que le quedaba era acudir al mercado de relatos.

Se trataba de una tienda pequeña en plena de la calle más estrecha de su ciudad. Tenía una puerta pequeña, para nada llamativa, en la que nadie era capaz de fijarse si no iba ya buscándola. No había dependiente, ni aparentemente la regentaba nadie; pero tampoco nadie se atrevía a robar o incumplir sus normas. Su ambiente oscuro, casi místico, persuadía de ello a cualquiera que tuviese la idea de hacerlo.

Mario, por suerte, iba preparado para enfrentarse al mercado de los relatos. El mecanismo era sencillo. Su interior era como una inmensa biblioteca, que desdencía en el suelo hasta lo más profundo de la ciudad. En cada estantería se acumulaban una infinidad de relatos, sin, aparentemente, ningún orden ni clasificación, pero a disposición de todo aquel que los necesite. Para acceder a ellos solo hay que seguir dos sencillas reglas. La primera dicta que para coger cualquiera de las historias allí presentes, hay que dejar otra a cambio. La segunda, que los relatos que salgan de allí no podrán ser leídos jamás por nadie más que la persona que los haya recogido. El escritor había llevado consigo una multitud de historias inéditas que estaba dispuesto a sacrificar a cambio de la inspiración que necesitaba. No quería robar los relatos ni las historias que contaban, no quería plagiarlos. Solo buscaba un conflicto que diera orden a todo lo que tenía en su cabeza.

Buscándolo, se adentro en la pequeña tienda y se sumergió en la oscuridad purpúrea de su interior. En el mercado de los relatos no solo habitan las historias, sino que él mismo ha sido fruto de multitud de leyendas. Cuentos y conspiraciones sobre personas que han entrado y jamás han podido salir. Es por ellas que nadie se atreve nunca a introducirse demasiado en la tienda y se quedan en los niveles superiores. Pero ninguno de los relatos de esos niveles parecía servirle a Mario para dar forma a su conflicto. Así que siguió bajando y bajando.

Al principio, todo se volvía más misterioso. Los relatos pasaban de ser historias de amor a ser historias de terror, pero eso era solo el principio. Después, las historias empezaban a ser más confusas. Los escritores parecían jugar al principio con la forma y las palabras, dándole un nuevo valor a la estructura. Estos juegos al principio eran sencillos, como repeticiones de palabras o deformaciones de los párrafos, más tarde algo más confusos, con textos escritos completamente al revés o de manera circular, y los que había al final eran completamente incomprensibles para Mario. Después de eso fue cuando empezó a ir mal.

Los relatos ya ni siquiera estaban plasmados en papel, sino que salían al principio como sonidos y después como formas. Caminaban por las salas y se deslizaban a través de los pisos, las historias se contaban así mismas, o se narraban unas a otras; rodeaban a Mario y le susurraban cosas. Se formaban y se deformaban a su alrededor. Algunas le pedían que se quedara, otras le suplicaban que se marchara. Y aún así, Mario siguió bajando.

Las salas parecían saltar y cambiar, convertirse ellas mismas en las historias, cambiar en función de los pensamientos de Mario, y entonces lo vio. Frente a él, allí estaba. Se había formado ante sus ojos, exactamente la historia que quería contar. Era perfecta, el conflicto que necesitaba. Y cuando la tenía entre sus manos, cuando estaba preparado para completar su historia, no pudo recogerla. Había llegado demasiado lejos, no podía irse sin seguir bajando.

Se había dado cuenta de que no era el conflicto lo que buscaba. No necesitaba una historia tan concreta y exacta para su personaje, cualquiera le valía para contar lo que quería. Lo que necesitaba era saber lo que quería de verdad su personaje. El conflicto detrás del conflicto, que le hiciera darse cuenta de que estaba equivocando sobre todo en lo que creía creer. La verdad que le haría cambiar.

Y en busca de eso, se adentró aún más en el mercado de los relatos. Pasó por salas imposibles, en las que las historias sucedían fuera del tiempo o dentro de su cabeza. Monstruos que se materializaban en formas que su cerebro que no era capaz de comprender, dimensiones que se formaban en torno a la tercera y creaban realidades alternativas, mundos que una mente humana no era capaz de procesar. Pero cuando Mario llegó al último piso, se dio cuenta de que su mente ya no era en absoluto humana.

En el piso más profundo del mercado de los relatos ya no había ninguna historia. Era una sala normal, circular, completamente vacía excepto por un elemento. Un espejo alto, justo en el centro, cuyo reflejo mostraba algo que Mario jamás había visto: a sí mismo. Pero no era el “sí mismo” que había conocido. Tras atravesar todas las salas, su cuerpo ya no era el mismo, ni tampoco su mente. Ambos estaban reflejados en ese espejo, que no mostraba una imagen sino un millar, una infinidad de historias que se habían formado y pegado a Mario durante su vida. Esa era justo la historia que quería contar. Y en cuanto se dió cuenta, concluyó.

Nadie volvería a ver a Mario. Una leyenda se formaría en torno al escritor. Pero, aquellos que se atrevieran a descender lo suficiente en el mercado de los relatos bajarían al menos un piso más que los que bajó Mario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario