jueves, 21 de marzo de 2019

Una afrenta imperdonable

Palabra: nefelibata

Le dedico este relato a la inigualable ANITA CAPRESSE (@caprifoi), pese a que me dio una palabra rara solo para liármela.


Estaba harta. Marisa no aguantaba más. Después de tantos años de tensión y discusiones con su vecina Lola, no había tenido por menos que estallar cuando, al final, habían empezado las descalificaciones.


Se había ido a su casa corriendo, dando un fuerte un portazo que casi hizo que su marido se cayera del sillón. Tenía los puños y la mandíbula apretados, y le dio un golpe a la puerta con el talón. No podía creer que le hubiera dicho algo así.


Y bien, ¿qué terrible ofensa había profesado Lola hacia su persona para causar tal ira en la pobre y cansada Marisa?, supongo que os preguntaréis. Pero ese era precisamente el principal problema, que Marisa no se acordaba.


Cuando le había confesado a su marido que Lola la había llamado nifilabuta o nafiriflauta, el confuso hombre no había tenido por menos que responderle que estaba casi seguro de que esas palabras no existían. De hecho, al buscarlos en el diccionario, Marisa pudo observar con estupor que, efectivamente, no estaban recogidas en ninguna página.


Eso fue la gota que colmó el vaso. Lola no solo la había llamado nafirapotas o nisiriloide, sino que , además, la había tomado por tonta. ¿Acaso se creía esa mujer que por usar palabras complicadas de señorito terrateniente era más lista que ella? Marisa estaba casi segura de que sí. Y no iba a permitirlo. No iba a dejar que la llamara naomiguats o silifante y que luego pudiera irse de rositas tan fácilmente. Tenía que enseñarle quién mandaba en esa comunidad de vecinos.


Sabía que tenía eso de su nieto en el armario. Se lo había comprado por su cumpleaños hacía ya tres años, pero nunca lo había usado, así que esperaba que no le importara que lo cogiera ella. Tardó un buen rato en encontrarlo, no recordaba dónde lo habían guardado, y tampoco podía preguntarle a su marido porque no sabía pronunciar bien bate de béisbol.


Lo había visto en las películas, ese artefacto resultaba muy útil para dar un par de lecciones. Aunque no bastaba tan solo con la violencia, tenía que mandar un mensaje, así que Marisa cogió también un rotulador indeleble y escribió en la madera del bate las palabras porposantro y batrisnocia.


Su marido estaba viendo la tele, así que le dijo que se iba a comprar el pan y salió de su casa sin poder quitarse de la cabeza la palabra binbiznaga o garmasaco. También se acordaba de todas esas goteras que había tenido que arreglar. O de furibrarte,o trampisnato. De aquella vez que le prestó la batidora y no se la devolvió. O de mostrachone, o cabanaute. De cuando regañó a su nieto por correr por las escaleras. O de zapatana, o chispiesa.


Llamó al timbre en cuanto alcanzó el piso, sin mayor meditación. Tras la puerta, apareció la ridícula y sonriente cara de Lola, con su clásica felicidad fingida. Ella sí que era una navaluenga o milaberia.


Sin mediar palabra, Marisa le estampó el bate en la cara, partiéndole la nariz y varios dientes. La mujer apenas alcanzó a gritar cuando Marisa le propinó un segundo golpe.


— ¿Por qué? — alcanzó a decir Lola, indefensa, tras el golpe
— Lo sabes bien, arpía, ¿o te crees que iba a dejar que me llamaras numbata o lipliriloca? ¿Que no iba a hacer nada al respecto?
— ¿Qué? Pero Marisa, querida, estas muy equivocada, yo solo te dije que eres muy nefelibata…

— ¡Otra vez! ¡No me lo puedo creer! ¡No pienso aguantar esto más! ¡Tú sí que eres una maldita nefelibata! — gritó Marisa antes de asestarle un último golpe.

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