sábado, 6 de abril de 2019

El segundo principio de la humanidad

Palabra: sindicato

Este relato que le dedico a @JorgeCarrerasM es el más largo de todos, pero también el que más me ha gustado escribir, la verdad.

El tiempo y los avances tecnológicos de la sociedad occidental- y, todo sea dicho, la oriental una vez que fue completamente fagocitada por su hermana vanidosa- llevaron a la humanidad a enfrentarse a una forma de neoliberalismo tan salvaje que apenas puede ser imaginada desde la perspectiva de los siglos XX y XXI. Por supuesto, este hecho se vio extendido y agravado con la colonización de otros planetas por parte del ser humano, una vez que la Tierra se nos quedó pequeña.

El coordinador Hardwick apenas puede dejar de pensar en sus cosas cuando lo ve llegar. Por supuesto, tampoco le da tiempo a pulsar el botón de la alarma cuando un  pequeño transportador aéreo atraviesa la pared solar de la decimotercera planta del Gran Comunicador. No hace falta, por supuesto. Cuando Kalos, Jaina y Kris salen del trasnportador, no hay una sola persona en todo el edificio que no se haya percatado de su presencia. No les importa en absoluto. Ya no.


Durante ese tiempo, las grandes empresas multinacionales se convirtieron en en empresas multiplanetarias, aunque al final todas ellas fueron igualmente consumidas por la Corporación, la única y gran empresa del siglo XXVI. Al principio, empezó como una sencilla empresa de entretenimiento infantil, pero no tardó en crecer hasta hacerse con el monopolio de todo el sector. Desde ese punto, es fácil imaginar que no tardó en dar el salto a otros sectores comerciales adyacentes que iba aglutinando bajo su halo de poder económico. Claro que nadie la veía como un organismo peligroso por aquel entonces, o al menos hasta que los grandes directivos de la empresa decidieron que era la hora de dar el salto y adquirir un país pequeño en África.

Kalos se abre paso a tiros, mediante su implante de brazo mecánico. Se lo fabricó él mismo después de sufrir un accidente en la mina de cobridium en la que trabajaba. Para salvar su vida, un médico callejero le amputó un brazo, una pierna y un pie. Quiso suicidarse muchas veces, pero su implante se lo impidió todas y cada una de ellas. Ahora podría hacerlo si quisiera. En cierto modo, lo está haciendo. Pero ya no quiere morir, porque ahora sabe que forma parte de algo mucho mayor. Ahora forma parte del Sindicato.

La privatización de un Estado podría verse como un movimiento radicalmente peligroso en el momento, pero lo cierto fue que supieron gestionar bastante bien su imagen corporativa, frenando guerras, sistematizando y garantizando la extracción de recursos de la manera más productiva posible, y cuidando a sus habitantes- por aquel entonces no se usaba la terminología de empleado para los residentes de un país-, hasta tal punto que otros países incluso se sintieron aliviados cuando la Corporación tuvo la conmiseración necesaria para salvarles de si mismos.

Cuando Jaina fue muy vieja para seguir siendo útil como informática, fue trasladada a secretaría. Cuando le diagnosticaron Parkinson fue despedida. Ahora porta dos cosas: un pulsómetro magnético y una ametralladora de plasma de cuatro cañones. En cuanto despejan la decimotercera planta, ella se queda en la retaguardia para cubrir a sus compañeros mientras suben por las escaleras. Nunca había matado a nadie fuera de las simulaciones del Sindicato, pero en cierto modo, disfruta de ver destrozados los cuerpos de esos patéticos hombres encorbatados.

Efectivamente, fue mal. Cuando la Corporación terminó controlando todo el sistema solar, ya apenas quedaba un resquicio de humanidad en ningún planeta. Los empleados de su mundo no eran más que mercancia extractora de la que la Corporación se alimentaba a cambio de unas ridículas migajas que les permitían vivir lo justo para seguir trabajando en un mundo de privatización total. Por supuesto, que nadie por debajo del puesto de director estatal podía acceder a servicios como la sanidad, o la educación; pero tampoco nadie pudo impedir que la Corporación terminara haciéndose con el control económico- y cobrando los consecuentes peajes- de elementos como el oxígeno, al que solo se podía acceder a través de respiradores; los sentidos, puesto que en todos los bebés se implantaba un inhibidor que solo podía desactivarse con un pago mensual; o los paseos, al existir necesidad de pago en todas las calles.

Kris tiene el papel más importante. No lo lleva en sus manos, ni en su mochila. Lo lleva en su cabeza. Cuando en su departamento de clasificación descubrieron que la joven era transgenero, no dudaron en llamar a las autoridades. Cobraron una buena recompensa por la denuncia y a Kris se la llevaron a un centro de reconversión, en el que modificaron su implante neuronal para deformar su mente con imágenes falsas y retorcidas. Un implante que el Sindicato supo usar en su favor. En su cabeza, Kris lleva la clave para acabar con la Corporación de una vez por todas. Después de tantos esfuerzos e intentos, después de todo. Está justo en su cabeza.

Todo acto de rebelión era inmediatamente aplastado. La Corporación no podía permitir que las personas fueran seres pensantes, eran ganado para sus gobernantes y directores- esclavos para sus dueños-. No tardaron en aparecer grupos rebeldes y terroristas, que se daban pequeños golpes en un planeta o en otro antes de ser brutalmente aplastados. Sabían a lo que se enfrentaban. En el mundo de la Corporación, no había cárceles ni centros de retención. Las opciones eran el trabajo o la muerte.

Cuando llegan, matando y destruyendo todo a su paso, a la planta cincuenta, los tres se quedan paralizados. Frente ellos no hay una pared solar, sino que esa planta tiene una ventana. Están, por primera vez en sus vidas, sobre la placa metálica que cubre el planeta y esta es la primera que ven el Sol. El Sol de verdad. Pequeño y distante, pero enorme y grandioso a la vez. Un golpe seco. Han dado a Kalos. Dos tiros. Grita de dolor, pero aún puede seguir luchando. Exige a sus compañeras que sigan subiendo. Kris llora, pero Jaina tira de ella. Kalos grita mientras dispara a una docena de robots de seguridad, que no tardan en ser casi cincuenta. Un tercer disparo sigue a un cuarto. Al séptimo, Kalos cae al suelo. Al undécimo, sus sistemas mecánicos dejan de funcionar. Al duodécimo, los orgánicos también.

Los movimientos rebeldes eran imparables y aparecían cada vez más, pese a que los métodos de represión fueran cada vez más fuertes. Así que desde la directiva de la Corporación surgió una nueva iniciativa, un sistema de apropiarse de la rebelión y enviar a los rebeldes a causas inútiles y suicidas. Todos bajo el amparo de un nombre que les diera esperanza y les hiciera creer al amparo de una causa: el Sindicato.

Kris y Jaina llegan a lo más alto. El Gran Despacho, donde se encuentra el Director del Planeta de la Comunicación. Está cansadas, confusas y cegadas; pero eso no les impide abrir la ventana de la sala, lanzando a su habitante por la ventana de un empujón. El Director cae decenas de metros. Jaina lo sigue disfrutando. Kris sigue teniendo miedo. El Sindicato se lo dio todo. Se lo dio todo a los tres. Sus armas, sus prótesis, sus vidas. Kris y Jaina salen por la ventana y escalan por una escalerilla. Es cansado, pero tienen que llegar. Por todos los demás que no pudieron llegar. Por el Sindicato.

El Sindicato. Fue el movimiento definitivo para terminar con todo acto de rebeldía. El plan era infalible. Localizaban a todo aquel empleado susceptible, por sus condiciones, de radicalizarse y lo captaban para la organización. Le mantenían fuera de la circulación, le entrenaban e incluso le proporcionaban mejoras. Era una leyenda que todo el mundo conocía, un falso objetivo para los enemigos de la Corporación, que aglutinaba cualquier otro movimiento reivindicativo. La Corporación también se había hecho con el monopolio del terrorismo.

La antena está frente a Kris. Justo delante. Es más pequeña de lo que espera. Respira hondo. Sabe lo que tiene que hacer, pero aún así tiene miedo. Miedo de que salga mal. Miedo de lo que le pueda pasar. Miedo de estar equivocándose. Había desoído las órdenes del Sindicato. Jaina había modificado de nuevo los datos de su implante. Kalos había robado un transportador y las había conducido hasta la Torre. Ahora estaba muerto, pero todo había avanzado hasta este justo instante. Todo ha sucedido para que Kris se conecte a la antena, mientras Jaina retiene a todos los droides de seguridad. Siente la corriente del mundo recorriendo su mente, toda la información está en sus pensamientos y sus pensamientos ahora recorren el mundo. Es demasiado para una mente humana, pero aún así consigue aguantar, al menos un poco más que Jaina. La anciana cae de la torre, pero tiene una sonrisa en el rostro. Kris es atravesada por varios láseres y cae al suelo. Se desconecta de la torre. Y todo se apaga.

Hubo un solo mensaje antes de que el Gran Comunicador se viniera abajo. Nadie pudo recordarlo muy bien, era como un pensamiento, un susurro en las mentes de todos. Se dijo que alguien había traicionado al Sindicato, pero nunca se supo con certeza, porque después de ese mensaje no hubo ninguna comunicación de la Corporación, al menos durante el tiempo suficiente para que en los distintos planetas, sus habitantes— que ya tenían patrón—  hubieran empezado a organizarse por sí mismos, a crear pequeños gobiernos ciudadanos. La historia no acaba así, por supuesto. La Corporación volvió, el Sindicato también, pero nunca volvieron a ser tan poderosos. Y cuando la última gran empresa perdió por completo su poder, fue el segundo principio de la humanidad.

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